Agencia Walsh
Celia Jinkis de Korsunsky habló en su Bahía Blanca natal con el compañero Mariano Herrera. La madre de Eduardo, uno de los tantos jóvenes desaparecidos, se refirió a su encuentro con Azucena Villaflor, recordó lo complejo que significaba luchar en Bahía, la protesta en la Catedral local y el encuentro con el asesino Alfredo Astiz, entre otras situaciones que merecen ser leídas.
Por Mariano Herrera
Cuando entrás a la casa de Celia te sorprende un silencio que te hace pensar que alguien está durmiendo la siesta, sin embargo la casa de Celia está llena de música. Está en los textos que me muestra de su hijo en los que habla de la música como una manera de unir a las personas; está en sus palabras cuando cita canciones para describir tal o cual situación; está presente cuando recuerda las marchas de las madres con sus cantos y con sus palmas que fueron formando una melodía de memoria durante 30 años. Y está en su manera de contar las cosas, una manera tan tierna que cualquier canción se podría armar con sus palabras. También hay otras cosas que a cada rato son nombradas por Celia: una tiene que ver con el coraje. Celia todavía hoy se sorprende de las cosas que han hecho las Madres para saber aunque sea algo de la vida de sus hijos. Otra tiene que ver con el miedo que se tenía pero que no había que demostrar porque no había que ceder, y vaya que no cedieron. Y también está presente el humor. Celia tiene un amplio anecdotario dentro de su historia como madre de Plaza de Mayo que a pesar de tanto dolor lo muestra, lo transmite, lo enseña y lo comparte con una sonrisa.
A Celia Jinkis de Korsunsky no le pregunté la edad, primero porque no me animé, segundo porque dicen que no se debe y tercero porque no hacía falta. Ella dice que la edad le está trayendo problemas de memoria, que hay cosas que no se acuerda, y es verdad ya que algunos nombres se les escapan, pero lo primordial, lo necesario, lo que tiene que ver con la historia que debe conocerse lo recuerda y lo recuerda muy bien.
La madre de Eduardo
Celia, nacida en un pueblo de La Pampa llamado Bernasconi, ya vivía en Bahía Blanca cuando su hijo Eduardo Sergio Korsunsky desapareció. Este se encontraba viviendo y trabajando en la localidad de San Nicolás, provincia de Buenos Aires. Tenía 24 años al momento de desaparecer, era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores y había estudiado Economía en la Universidad Nacional del Sur. La llegada del siniestro Remus Tetu al rectorado de esa universidad de Bahía Blanca hizo que Eduardo dejara la carrera.
Desapareció el 4 de agosto de 1976. Allí Celia inicia su búsqueda y se convierte en una de las primeras madres de Plaza de Mayo: “Empecé a viajar a San Nicolás, que es el lugar donde desapareció. Recuerdo lugares desconocidos, calles empedradas, veredas angostitas, todo muy colonial. Después mis viajes fueron para Buenos Aires, al Ministerio del Interior. En esos viajes conocí a Azucena Villaflor y ahí era fácil darse cuenta que era una maestra. Ella, para que pareciéramos más, empezó a ponernos en fila, una detrás de la otra para hacerla más larga... pero las que quedaban más atrás estaban temblando. Era la primera vez que se hacía y por eso había mucho terror”.
Cuenta Celia que en esa fila eran como 60, que en Buenos Aires lo primero que hizo fue ir a la Liga por los Derechos del Hombre y ahí fue conociendo personas que estaban en su misma situación. La plaza, el Ministerio y los cuarteles se fueron convirtiendo en lugares comunes para los familiares de desaparecidos. Y en algo común también se convirtió la represión, los caballos de la policía, las armas apuntando: “El miedo era mucho sobre todo al principio, después vas aprendiendo cosas porque ya te enfrascás que hay que hacer esto y lo otro y entonces no pensás tanto, no te das cuenta del peligro y los tipos con las armas te quedan como un paisaje. Te acostumbrás de que los tipos están ahí”.
Las madres de los padres
Siempre la historia habla de las Madres de Plaza de Mayo pero nunca, o pocas veces, se refiere a los papás de los desaparecidos. Todo tiene una explicación y en la misma hay un sentido de protección de las propias madres a sus maridos. El sentimiento maternal se extendía: “Cuando venía algún papá lo metíamos adentro de la rueda que hacíamos en la plaza, los protegíamos para que los milicos no los vean, y con los jóvenes hacíamos lo mismo. Hacíamos de mamás de todos. Un día me preguntaron por qué hacíamos eso y dije que era suficiente con los que había desaparecidos y alguien tenía que cuidar a los que quedaban”. Celia reconoce que participaban más las madres que los padres, pero a la vez vuelve a hablar de esa protección hacia ellos: “Los padres eran presas fáciles. Aunque hubo varias mujeres desaparecidas, una creía que por ser mamá podíamos proteger a los hombres y a los jóvenes”.
Las madres de Bahía
Bahía Blanca es una ciudad difícil en lo que respecta a desaparecidos y derechos humanos. V Cuerpo de Ejercito por un lado, diario La Nueva Provincia por el otro y Base Naval Puerto Belgrano unos kilómetros más allá, hacían y hacen de Bahía una ciudad con un pensamiento militar que se iba expandiendo. Así y todo las madres y los familiares de desaparecidos se hicieron un lugar. Todo a través del boca en boca; Celia conoció a la familia Giménez que junto a otras similares ya se estaban organizando y juntas comenzaron la lucha en la que muchos llaman la Bahía del olvido: “Se juntaban en distintas casas, rotaban porque tampoco era seguro estar siempre en la misma. Incluso el que venía en coche lo dejaba a tres cuadras del lugar. Fui conociendo a cada uno que componía ese grupo, eran madres y padres e íbamos viendo que cosas se podían hacer”. En Bahía la Plaza de Mayo vendría a ser la Plaza Rivadavia, sin embargo ésta no funcionó como aquella. El asunto en Bahía era más difícil y más peligroso: “Acá era distinto, no nos podíamos juntar en la plaza. A veces lo pensábamos, ver si nos íbamos a animar porque no éramos tanta cantidad, éramos 28 o 30. Después pasamos bajo la APDH y uno se animó a hacer más cosas. Durante más de dos meses íbamos al cuartel y pedíamos hablar con el Comandante. Sabíamos que era para nada porque nunca nos iba a atender. Entrábamos ahí, todas con el pañuelo, y cuando nos veían ¡se ponían re locos!”.
Las madres de todos
El concepto de madre se fue extendiendo, dice Celia, porque la hermandad hacía que si había algún dato de cualquier desaparecido todas se alegraran: “El pedido era por todos porque era para todos. Todos los hijos pasaron a ser hijos de uno”. Y las madres de Bahía la lucharon, a su manera, con sus actividades. Ya en democracia con muestras de fotos en el hall del municipio, quedándose siempre una por si alguien preguntaba o conocía a alguno de los desaparecidos; y también juntando firmas para pedir juicio y castigo para los militares: “Una vez hicimos firmar el pañuelo y logramos juntar tantos pañuelos que los fuimos poniendo todos alrededor de la plaza. La plaza Rivadavia quedó rodeada por nuestros pañuelos”. De su gran memoria que dice no tener Celia saca otra anécdota, en este caso también se trata de una tarde en que juntaban firmas: “Un pibe de 17, 18 años nos dice: ‘¿y qué querían ellos?’ Entonces yo le dije: ‘¿Por qué no te vas al fondo del mar y les preguntás que querían hacer?’. Dio media vuelta y se fue, no vino más”.
El pañuelo en la iglesia
Celia habla de coraje y también de locura, de que las llamaban “las locas”: “Nos decían así, y después nos gustó la idea, estábamos locas, nos hacíamos las guapas” (risas). Y entre esas locuras surgió la de meterse en la Catedral bahiense, pleno centro de la ciudad: “Entramos y un seminarista nos preguntó quiénes éramos. En ese entonces la que hablaba era Zaira Diego y entonces después vino alguien y nos invitó a salir y nosotras que no salíamos. Nos miraban todos como a bichos raros”.
El día que lo vieron a Astiz
Hablaba antes del carácter especial que tiene Bahía Blanca, tan especial que cobijó por momentos a genocidas de la calaña de Alfredo Astiz que un 24 de marzo estaba sentado en un bar, muy cerca de donde marchaban las madres. Y las madres fueron a encontrarse con la bestia: “Nunca lo había visto... estaba ahí sentado leyendo una revista y tomando un café, nunca dio vuelta la hoja que leía... con los oídos seguramente escuchando bien y la mirada de reojo por si volaba algo. Se sabía que no había que hacerle nada. Le decían de todo, recuerdo una chica que le dijo: “no te mueras nunca, que la víbora te vaya comiendo de a poquito”.
“Salimos de las ollas para luchar”
Muchas cosas por contar quedan afuera, porque Celia dice que no se acuerda, pero se acuerda. Se acuerda de las miles de cartas que enviaban a un diario financiero hasta que este publicó algo sobre las madres de Bahía. Se acuerda de las marchas, de las respuestas recibidas, de las no respuestas recibidas, de las tardes en la APDH, y se acuerda de los desaparecidos, de los chicos: “Es un compromiso muy fuerte que hicieron entre todos para llegar a algo. Yo siempre comparo con la canción de Gieco, Cinco Siglos Igual: habrán dicho ‘basta, vamos a ver si hacemos algo’. No se, no habrá sido así tan simple pero me parece hermoso entregar la vida”.
Hoy Celia comparte su lucha junto a otras organizaciones como Ausencias Presencias, APDH y SUTEBA. Con muchos de ellos comparte estos 30 años y a otros les transmite eso de dejar la cocina para salir a la calle: “A veces pienso y me pregunto cómo tuvimos el coraje nada menos que contra quien uno luchaba. Tuvimos miedo, tuvimos de todo pero lo hicimos. No habremos hecho tanto como se hizo en otros lugares pero hicimos. Saliendo de la cocina y yendo a la calle, salimos de las ollas para luchar. Estaba eso de no ponerse a llorar a gritos porque todo era a las escondidas y porque si te ponés a llorar no podés pensar y tenés que pensar que tenés que hacer. Si lloro me pierdo en los laberintos y no puedo armar nada”.
Pero algo armaron, armaron una ronda que protege, que acuna, que cuenta, que insiste, que canta. Una linda melodía de la memoria.
2 comentarios:
conozco a Celia desde hace un tiempo, y casualmente el otro dia en el MAC, nos volvimos a ver, esta vez ella llevaba pañuelo blanco, y yo me quede perpleja.
Es una mujer extraordinaria, una persona bella, la aprecio mucho.
Y seguire leyendo el blog, porque me da miedo ser bahiense, y porque no quiero seguir desconociendo quienes tienen las manos manchadas de picana. O de silencio complice.
Ser madre, hermana, esposa,amiga, no importa que se es a la hora de sacar el coraje de "nuestras madres" para pelear y seguir peleando por el derecho de saber que pasó con ellos.
Soy de la zona, de un lugar que tambien tuvo "sus desaparecidos y sus perseguidos" y me indigna que los que no saben o no lo viveron en carne propia sigan sosteniendo el "algo habran hecho". No se puede vivir en la ignorancia y usar argumentos de ese estilo para justificar los aberrantes hechos y no hacernos cargo de que somos los unicos responsables del "nunca mas".
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