Por Diego
Martínez
El empresario
Vicente Massot volvió a declarar ayer como imputado por delitos de lesa
humanidad durante la dictadura. El director del diario La Nueva Provincia se
negó a responder preguntas de los fiscales, volvió a centrar todas las responsabilidades
en sus familiares muertos e insistió en que no pisó Bahía Blanca en 1976, el
año de los asesinatos de los obreros gráficos Enrique Heinrich y Miguel Angel
Loyola. Massot se retiró en un patrullero en medio de un descomunal operativo
de seguridad de Prefectura, la fuerza que a fines de 1975 resolvió
"ralear" de la tierra a los dirigentes gremiales que luego serían
secuestrados, torturados y asesinados. La definición de la situación procesal
de Massot está ahora en manos del juez federal subrogante Alvaro Coleffi, quien
ayer a primera hora, en una extraña coincidencia, se enteró por LU2, la radio
de Massot, que fue denunciado penalmente por una supuesta filtración de
información en una causa por narcotráfico. La denuncia la presentó su colega
Santiago Martínez, que en su momento había desestimado la imputación contra los
directivos de LNP, y quedó en manos de la jueza subrogante Ana Araujo, hija de un marino procesado como jefe de un
grupo de tareas de la base naval de Puerto Belgrano y de cuyo arresto domiciliario es responsable.
Foto, FM de la Calle |
Massot
entró al juzgado a las siete con su abogado Rubén Diskin. En la calle había un
centenar de prefectos pertrechados con cascos, escudos y chalecos antibala. Dos
horas después Coleffi informó a las partes que se acababa de enterar por LU2 de
la denuncia en su contra pero ni Diskin ni los fiscales José Nebbia y Miguel
Palazzani entendieron que fuera causal de recusación. Desde el primer piso
donde se hizo la audiencia se veían fotos de Heinrich y Loyola y se escuchaban
los cantos de militantes de organismos de derechos humanos y agrupaciones
políticas.
Cuando
Palazzani le preguntó sobre la relación con el general Carlos Suárez Mason, el
imputado aclaró que haría uso de su derecho a no responder preguntas de
fiscales. Más tarde admitió el dato que dio durante una entrevista para el
Instituto Gino Germani: en plena dictadura ofició de correo entre el comandante
del Cuerpo V, general Osvaldo Azpitarte, y el del Primer Cuerpo, Suárez Mason,
un íntimo amigo de la familia.
La
estrategia de Massot, indagado por primera vez a fines de abril, volvió a
centrarse en responsabilizar a su mamá Diana Julio y a su hermano Federico,
directora y vice de LNP en los '70, ambos fallecidos. "Mamá
manejaba", "mamá escribía", "mamá decidía". A pesar de
los recibos de sueldo con su firma durante varios meses de 1976, secuestrados
en el allanamiento al diario, declaró que ese año no fue a Bahía Blanca. Afirmó
que comenzó a escribir editoriales a mediados de 1978, un lustro después de su
debut como secretario de redacción de la revista Cabildo.
Lejos
del personaje menor que intentó pintar en su primera declaración, antes de
conocer las actas ante escribano en las que aparece negociando mano a mano con
Heinrich y Loyola en los momentos más álgidos del conflicto con los gráficos,
Massot admitió ayer que se paseaba armado por los pasillos de la empresa y se
limitó a aclarar que no hacía ostentación de armas en las reuniones con los
delegados, a quienes en los editoriales criminalizaban y denunciaban como un "soviet"
infiltrado en sus filas.
Entre
las nuevas pruebas que le exhibió ayer Coleffi estuvieron los testimonios sobre
la lucha de los gráficos en 1975 para que LNP respetara el convenio colectivo y
las amenazas a Heinrich y Loyola, relatadas en los últimos meses por ex
compañeros y familiares durante el juicio oral a marinos y prefectos, del que
el diario desinforma sistemáticamente. Massot se limitó a decir que las
acusaciones eran "infamias". La indagatoria concluyó poco después del
mediodía. El columnista de La Nación, de traje y anteojos negros, salió del
juzgado escoltado por policías y prefectos.
El dato sugerente del día
no lo aportó Massot en la indagatoria sino minutos antes desde su radio: una
denuncia penal contra el primer juez de Bahía Blanca que se animó a avanzar
sobre los partícipes civiles del terrorismo de Estado. En los últimos meses
Coleffi no sólo ordenó allanar LNP e indagar a Massot; también pidió la
extradición del ex capellán Aldo Vara y procesó al arzobispo Guillermo Garlatti
por encubrirlo mientras estaba prófugo. La denuncia en su contra la presentó el
subrogante Martínez, un desestimador serial que no encontró pruebas para
indagar a Vara ni a Massot y que rechazó la imputación de los fiscales por
delitos sexuales como parte constitutiva de la represión ilegal. La Cámara
Federal local ya dejó trascender su decisión de no asignar más causas de lesa
humanidad al descarriado Coleffi. Si el fiscal Antonio Castaño decidiera
impulsar la denuncia penal, el expediente quedaría en manos de la jueza Araujo,
hija del capitán de navío Ricardo César Araujo, con procesamiento firme por
comandar un grupo de tareas de la Armada.
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