Vara fue capellán auxiliar del Cuerpo V y tuvo un rol protagónico
junto a los represores. Los fiscales José Nebbia y Miguel Palazzani
pidieron su detención e indagatoria, pero el juez federal de Bahía
Blanca Santiago Martínez rechazó la solicitud.
Por Diego Martínez
La Justicia de Bahía Blanca se resiste a investigar a
los sacerdotes que actuaron al servicio del terrorismo de Estado. El ex
capellán Aldo Omar Vara admitió en 1999 que supo de las torturas en el
centro clandestino La Escuelita y que vio las secuelas de la picana
sobre el cuerpo de jóvenes secuestrados en el Batallón de Comunicaciones
181. El entonces fiscal general Hugo Cañón pidió su imputación pero la
Cámara Federal se la negó. Trece años después, el tribunal que condenó
al primer grupo de represores del Cuerpo V de Ejército –integrado por
jueces foráneos porque sus pares bahienses no daban garantías de
imparcialidad– tomó nota de los testimonios sobre Vara, consideró
probada su “culpabilidad” en secuestros y torturas, y ordenó que se lo
investigara en primera instancia. Los fiscales federales José Nebbia y
Miguel Palazzani desmenuzaron las pruebas contra el ex capellán, a quien
caracterizaron como un agente de Inteligencia que sólo por su técnica
se diferenciaba de los militares, y pidieron su detención e indagatoria.
El juez federal Santiago Martínez rechazó el pedido con cuatro
palabras: “No surgen elementos suficientes”.
Vara fue capellán auxiliar del Cuerpo V entre 1971 y 1979 y es el
único sobreviviente de los religiosos que tuvieron un rol protagónico
junto a los represores del comando bahiense. En los últimos años
murieron impunes el ex arzobispo Jorge Mayer, que llegó a bendecir
medallas de torturadores hoy condenados; su segundo
Emilio Ogñenovich,
quien en 1976 justificó que “los profetas de una moral sin Dios están
recogiendo las consecuencias lógicas”; y Dante Inocencio Vega, el
capellán del Cuerpo V que durante la dictadura admitió ante madres de
secuestrados que sus hijos estaban en La Escuelita y en democracia juró
por la Biblia no conocerlas.
El más conocido de los casos que involucran a Vara es público desde
el juicio a las Juntas gracias al testimonio de un grupo de estudiantes
de la Escuela Nacional de Educación Técnica No 1 que fueron
secuestrados en diciembre de 1976 y torturados durante un mes en La
Escuelita. Abandonados en una ruta, otro grupo de militares simuló
rescatarlos y los llevó al Batallón, donde recibieron varias visitas del
capellán. Uno contó que “nos traía galletitas, cigarrillos, preguntaba
cómo habíamos llegado ahí, pero no le avisó a nuestros padres como le
pedíamos”. Gustavo Aragón consideró una ironía que Vara fuera a
llevarles “la palabra de Dios” y a hacerlos rezar mientras seguían en
cautiverio. Gustavo López contó que a veces iba con sotana y otras con
pantalón, siempre con cuello blanco. José María Petersen declaró que les
daba “una especie de contención”, pero cuando relataban las torturas
permanecía en silencio. Recordó una respuesta de antología que el
tribunal apuntó en la sentencia: Vara sugirió que los secuestradores
eran paramilitares que actuaban por su cuenta y que los estaban
buscando.
Cuando Dorys Lundquist de Chabat supo que su hija Patricia estaba
secuestrada en los fondos del Cuerpo V intentó hacerle llegar ropa y
medicamentos homeopáticos a través de Vara. Dos días después de dejarle
el envío en la casa que el cura compartía con su madre, Vara la visitó
en su Citroën amarillo limón, recordó. Le dijo que no podía hacerle
llegar el paquete a su hija pero que se quedara tranquila que estaba
bien atendida y bien alimentada. “A las chicas las respetan”, le
aseguró, en referencia a lo que ocurría en el centro clandestino. Dos
días después de ser blanqueada en la cárcel de Villa Floresta, aún con
signos visibles de tortura, Patricia recibió la visita del sacerdote, a
quien había conocido en su adolescencia. Vara le aconsejó olvidarse de
los padecimientos en cautiverio y le dijo que todo era culpa de sus
padres.
No sólo los sobrevivientes recordaron la actuación de Vara durante
el juicio oral. El ex conscripto Daniel Fonti, quien ingresó al Cuerpo V
a fines de 1975 luego de recibirse de médico y
se negó a asistir un parto en el centro clandestino, declaró que Vara tenía “mucho contacto
con la gente asignada a La Escuelita”. “Al centro clandestino iban
religiosos, curas”, relató a su turno el médico Alberto Taranto, que
como conscripto también se negó a acatar órdenes ilegales. “Supe cómo se
llamaban (los capellanes) pero no recuerdo”, agregó. Cuando le
preguntaron por otras autoridades eclesiásticas dijo que “monseñor Mayer
habitualmente iba al comando a reunirse con (el segundo comandante,
general Abel) Catuzzi y he visto que caminaba hacia ese lugar (La
Escuelita), lo hacía con sus hábitos”.
Citado como testigo en el Juicio por la Verdad en 1999, luego de que
el fiscal Cañón le recordara su obligación de no mentir, Vara confirmó
el relato de los estudiantes de la ENET. “Esos chicos dijeron que habían
estado en un lugar clandestino llamado La Escuelita, que nunca visité”,
se adelantó a la pregunta. “Todo el mundo en la ciudad hablaba de La
Escuelita”, sugirió. “Alguno dijo que había sido torturado” con “métodos
eléctricos”, recordó, y admitió que tenían secuelas. “No recuerdo
exactamente (en qué parte del cuerpo) pero me las mostraron”, dijo. Como
“corrían peligro de vida ellos y sus familias”, les recomendó que no
hablaran “más que con su papá y su mamá”, al menos “hasta que llegaran
tiempos en que se pudiera hablar”. Cañón acusó a Vara como partícipe
secundario de los delitos de torturas y privaciones ilegales de la
libertad. Los jueces Luis Ramón Dardanelli Alsina, Víctor Américo
Bambill y José Pedro Díaz se negaron a citarlo a indagatoria.
En septiembre de 2012, luego de escuchar a casi 400 testigos, los
jueces Jorge Ferro, José Triputti y Martín Bava ordenaron en su
sentencia que se investigue a Vara, a quien no pudieron escuchar porque
la Iglesia Católica dijo ignorar su paradero. El tribunal consideró
haber “determinado a esta altura de los hechos y con el grado de
probabilidad suficiente la culpabilidad del sacerdote” en delitos de
lesa humanidad. Como el juez Martínez delegó la investigación en el
Ministerio Público, la orden del tribunal recayó en los fiscales Nebbia y
Palazzani, que dos días después del nombramiento del papa Francisco
pidieron la detención del ex capellán.
“Vara garantizó la continuidad de la privación ilegal de la libertad
y torturó psíquicamente a los cautivos dentro del centro clandestino y a
sus familiares afuera”, escribieron los fiscales. “Así como los médicos
ponían sus saberes al servicio del plan represivo, los sacerdotes,
amparándose en su misión pastoral, interrogaban a los secuestrados”,
apuntaron, y destacaron que Vara “comparte el pacto de silencio cínico y
cruel que une a todos los responsables, silenciando información que
podría aliviar el dolor de sobrevivientes y familiares”. Entre los
elementos que refuerzan las pruebas del rol de Vara citaron su carta de
despedida al jefe del Batallón 181 en 1979. “Fue un honor para mí haber
podido comprometer mi vida, y arriesgarla, durante estos largos años de
iniquidad y salvajismo. Fue un honor brindar mi aporte sacerdotal a una
empresa tan difícil”.