La absolución del juez que se animó a indagar a
Vicente Massot por delitos de lesa humanidad puso al desnudo la maniobra de la
corporación judicial de Bahía Blanca para garantizar la impunidad del ex dueño
de La Nueva Provincia. Su impulsor fue premiado por el gobierno de Macri y
oficia de fiscal federal sin que el Estado repare en su conducta. Una historia
de pago chico que reaviva el desafío de juzgar a los partícipes civiles del
terrorismo de Estado y un leading case
que duerme desde hace cuatro años en la Corte Suprema de Justicia.
Massot, al salir de su segunda indagatoria. Foto Horacio Culaciatti, Télam. |
Por Diego Martínez
Unos pocos meses de 2014 como juez federal de Bahía Blanca le bastaron a Álvaro Coleffi para lograr avances significativos en las investigaciones a civiles que aportaron al terrorismo de Estado desde el poder judicial, la prensa y la Iglesia Católica. El magistrado que se atrevió a indagar a Vicente Massot por su actuación en el terrorismo de Estado y al arzobispo Guillermo Garlatti por encubrir a un ex capellán prófugo terminó el año apartado de las causas de lesa humanidad mediante una burda maniobra que tuvo como caras visibles al entonces juez subrogante Santiago Ulpiano Martínez y a su secretario Mario Augusto Fernández Moreno. La novedad, cinco años después, es la absolución de Coleffi en un juicio por filtrar escuchas a la prensa, la acusación que los operadores judiciales del entonces dueño de La Nueva Provincia volcaron en sumarios y denuncias penales para disuadirlo de investigar a los partícipes civiles de la dictadura y garantizar la impunidad del empresario. El fiscal Gabriel González Da Silva, que desistió de acusar por falta de pruebas, demostró en su alegato que Martínez direccionó la causa contra Coleffi y no investigó a los jefes locales de Drogas Ilícitas de la policía bonaerense ni de Observaciones Judiciales de la Secretaría de Inteligencia por la amistad que los une. Martínez fue recompensado por el gobierno que tuvo en primera línea a Nicolás Massot, sobrino del apologista de la tortura, y oficia como fiscal federal de Bahía Blanca sin que la Procuración General de la Nación repare en las graves irregularidades que puso en evidencia el juicio. El recurso extraordinario por el sobreseimiento encubierto de Massot está desde 2016 en la Corte Suprema de Justicia. El fiscal general Javier de Luca destacó que se trata de un leading case sobre delitos de lesa humanidad cometidos por civiles desde un medio de comunicación y advirtió que su impunidad compromete al Estado argentino.
Unos pocos meses de 2014 como juez federal de Bahía Blanca le bastaron a Álvaro Coleffi para lograr avances significativos en las investigaciones a civiles que aportaron al terrorismo de Estado desde el poder judicial, la prensa y la Iglesia Católica. El magistrado que se atrevió a indagar a Vicente Massot por su actuación en el terrorismo de Estado y al arzobispo Guillermo Garlatti por encubrir a un ex capellán prófugo terminó el año apartado de las causas de lesa humanidad mediante una burda maniobra que tuvo como caras visibles al entonces juez subrogante Santiago Ulpiano Martínez y a su secretario Mario Augusto Fernández Moreno. La novedad, cinco años después, es la absolución de Coleffi en un juicio por filtrar escuchas a la prensa, la acusación que los operadores judiciales del entonces dueño de La Nueva Provincia volcaron en sumarios y denuncias penales para disuadirlo de investigar a los partícipes civiles de la dictadura y garantizar la impunidad del empresario. El fiscal Gabriel González Da Silva, que desistió de acusar por falta de pruebas, demostró en su alegato que Martínez direccionó la causa contra Coleffi y no investigó a los jefes locales de Drogas Ilícitas de la policía bonaerense ni de Observaciones Judiciales de la Secretaría de Inteligencia por la amistad que los une. Martínez fue recompensado por el gobierno que tuvo en primera línea a Nicolás Massot, sobrino del apologista de la tortura, y oficia como fiscal federal de Bahía Blanca sin que la Procuración General de la Nación repare en las graves irregularidades que puso en evidencia el juicio. El recurso extraordinario por el sobreseimiento encubierto de Massot está desde 2016 en la Corte Suprema de Justicia. El fiscal general Javier de Luca destacó que se trata de un leading case sobre delitos de lesa humanidad cometidos por civiles desde un medio de comunicación y advirtió que su impunidad compromete al Estado argentino.
Procurador Casal, fiscal Ulpiano Martínez. Foto: portal Fiscales. |
La historia de la causa por violación de secretos
judiciales que concluyó el mes pasado había comenzado el 8 de febrero de 2014
cuando la radio local La Brújula difundió la primera de una serie de escuchas a
Juan Suris, detenido en una causa por narcotráfico. Coleffi, secretario penal
del juzgado federal, fue quien redactó la denuncia para que se investigara la
responsabilidad por la filtración de los audios que grabaron agentes de
inteligencia y desgrabaron e interpretaron los policías. “El único que cumplió
la obligación funcional de denunciar el posible delito fui yo”, destacó al
declarar. Su informe lo recibió Martínez, quien asumió al frente de la causa pese
a que integraba uno de los estamentos bajo sospecha y mantenía estrechos lazos
de amistad y confianza con los actores a quienes debía investigar, según
admitió en el juicio. Por tratarse de un delito de autor desconocido la
instrucción quedó formalmente a cargo
del fiscal Alejandro Cantaro, por entonces amigo del juez. Durante los ocho
meses siguientes el festival de escuchas continuó y el fiscal iba a la radio a comentarlas,
pero la investigación no registró movimientos.
En las antípodas de esa parálisis, los avances en
las investigaciones sobre la responsabilidad de civiles en delitos de lesa
humanidad comenzaron a inquietar a poderosos actores locales. Los fiscales Miguel Palazzani y José Nebbia habían pedido el año anterior la detención e indagatoria de Massot por los secuestros, torturas y asesinatos de los obreros
gráficos y delegados Enrique Heinrich y Miguel Angel Loyola en 1976 y por la
“participación criminal concreta y específica” de La Nueva Provincia en el
genocidio. Martínez se negó a citarlo y escribió que no existía ni siquiera“algún grado de complicidad” del diario con la dictadura. La Cámara Federal
revocó esa decisión, lo apartó de la causa y en su reemplazó nombró como juez
ad hoc a Coleffi, quien ordenó el secreto de sumario, autorizó el allanamiento del diario y el 24 de abril de 2014 indagó por primera vez al empresario. En
esos días se produjo un episodio que se resignificaría con el tiempo: el
secretario Fernández Moreno le ofreció al juez un borrador para fundamentar la
falta de mérito de Massot. “Cuando le pregunté quién se lo había encomendado me
respondió que tenía ‘la convicción de que es lo que hay que hacer’”, recuerda
Coleffi.
Otro caso que tocó fibras sensibles fue el del ex
capellán Aldo Vara, quien durante el reinado de la impunidad llegó a admitir
que había visto las secuelas de la picana en los cuerpos de estudiantes
secundarios secuestrados por el Ejército. Martínez tampoco encontró “elementos
suficientes” para indagarlo pero la Cámara opinó lo contrario, lo desplazó y
ordenó la captura del sacerdote. La misión recayó en Coleffi, que como relator
de la Cámara a fines de los ‘90 había escuchado a aquellos jóvenes durante el
Juicio por la Verdad. El 28 de abril de 2014, luego de ocho meses prófugo, el
sacerdote fue detenido por Interpol en una parroquia de Ciudad del Este donde
lo había escondido la Iglesia católica.
Vara murió antes de ser extraditado pero su
manutención y el ocultamiento de la información sobre su paradero generaron un
nuevo incordio para quienes imparten justicia con crucifijos sobre sus cabezas.
Palazzani y Nebbia denunciaron a Garlatti por encubrimiento tras corroborar que
un apoderado retiraba todos los meses un cheque del arzobispado para el prófugo
y se toparon otra vez con Martínez, quien demoró la autorización para allanar
la curia y se negó a indagarlo. El 9 de junio, mientras el magistrado se tomaba
licencia para pasear por Europa con Cantaro y con el presidente de la Cámara
Federal, Pablo Candisano Mera, Página/12 informó sobre la “maniobra de quienes buscan evitar que el arzobispo sea citado a indagatoria” y destacó la“obstinación en frustrar el avance de las causas de lesa humanidad con imputados civiles”. Como subrogante lo reemplazó Coleffi, quien no dudó en
citar a Garlatti a indagatoria. “A nadie se le ocurrió pensar dónde iba a parar
esa plata”, dijo el sacerdote a modo de defensa. Cuando terminó la declaración
le estrechó la mano con fuerza. “Doctor, Dios lo está mirando”, le advirtió al
juez en tono admonitorio. Coleffi lo procesó por encubrimiento agravado y
desobediencia.
Arzobispo Garlattí: "Doctor, Dios lo está mirando". Foto Emmanuel Briante, La Nueva Provincia |
“A partir del procesamiento se desata la
persecución, porque al mismo tiempo empieza a definirse la causa Massot”,
rememora el ex magistrado. “Fue un juego a dos pinzas, con una instancia
administrativa y otra penal, que comenzó a ejecutarse en octubre, cuando viajé
veinte días a Estados Unidos por una capacitación”, precisa.
Invocando la inacción del fiscal, Martínez
decidió reasumir al frente de la causa por las escuchas y --con ocho meses de
demora-- iniciar un sumario para deslindar responsabilidades sobre las medidas
tomadas para proteger los audios. El momento elegido permitió que declararan
todos los empleados del juzgado menos quien había denunciado el presunto
delito. La secretaria sumariante le confesó a Martínez que no le gustaba “hacer
nada contra (sic) un compañero”, según declaró en el juicio. Cuando Coleffi volvió del viaje y se reintegró al juzgado le dijeron
que se presentara en el quinto piso, donde lo esperaban Martínez y Fernández
Moreno. “Ahí me notificó que ‘preventivamente’
me sacaba de la secretaría penal alegando ‘pérdida insalvable de
confianza’ y sin darme derecho a defensa. Me dijo que no iba a declarar porque
ya se habían ‘formado convicción’ de mi supuesta responsabilidad y no me dejó
leer el sumario”, relata.
Cuando el sumario se elevó a la Cámara, que tras
el procesamiento del arzobispo había dejado de asignarle causas, Candisano le encomendó
la instrucción a Néstor Montezanti, ex agente de inteligencia del Ejército durante
la dictadura e imputado en la causa Triple A. “En otro caso inédito se autodesignó
instructor y luego formó parte del órgano decisor”, apunta Coleffi. “Es claro
que la maniobra se urdió a partir de mi desempeño en lesa humanidad, que
inquietó también a Montezanti ya que el juez que debía hacerse cargo de la
causa Triple A y de sus antecedentes como agente era yo, y por cómo venía
actuando sabía que iba a resolver lo que debiera”, reflexiona.
En el frente penal la activación derivó en el
allanamiento y el secuestro de un pen drive y dos DVDs en el estudio de La
Brújula, que seguía difundiendo las escuchas. El 5 de noviembre de 2014
Martínez procesó a su director Germán Sasso por encubrimiento, decisión que
generó un amplio repudio de organizaciones y periodistas de todo el país y que
revertiría la Cámara. “El procesamiento incluyó un lapsus, casi una confesión: Martínez
escribió que no estaba identificado ‘el funcionario judicial (sic) que entregó
los audios’ pese a que había cuatro estamentos que podían haberlos filtrado: policía,
SIDE, juzgado y fiscalía”, repasa Coleffi.
El 11 de noviembre Massot estaba citado para ampliar su indagatoria pero una jugada de Martínez le permitió ganar tiempo. El
día anterior a última hora le hizo saber a Coleffi que no le permitiría usar la
sede del juzgado. “No dio ninguna razón funcional, simplemente dijo ‘acá no se
hace’. Tuve que suspender la audiencia y fijar nueva fecha porque había una
logística armada y trasladar todo al edificio de departamentos donde está la
oficina de lesa humanidad era una locura”, explica.
La nueva cita fue el 20 de noviembre. Esa mañana,
mientras policías y prefectos desplegaban un enorme operativo para escoltar al
hombre más poderoso de la ciudad, Coleffi escuchó en la radio del empresario
(LU2) la noticia sobre una denuncia penal en su contra por falsedad ideológica
de documento público. La acusación era por falsear datos en el informe que había
dado inicio a la causa de las escuchas y el denunciante era Martínez. Con ese mensaje poco sutil en mente indagó por segunda vez a Massot, que se negó a
responder preguntas de los fiscales y centró todas las responsabilidades sobre
las publicaciones y la relación con los delegados en su madre, Diana Julio de
Massot, y en su hermano Federico, directora y vicedirector del diario en los
’70, ambos fallecidos.
Cuando empezó a correr el plazo para resolver la
situación procesal del empresario, Fernández Moreno volvió a ofrecer sin que
nadie se lo pidiera su borrador de falta de mérito. El 28 de noviembre, horas después de que los fiscales reforzaran la acusación con un documento de 600 páginas y pidieran la detención de Massot, el mismo secretario jugó otra carta
para que la defensa pudiera recusar a Coleffi: escribió que le producían
“violencia anímica y moral” sus reuniones con los fiscales, pese a que se
hacían en el despacho, en horario judicial y a la vista de los empleados. Palazzani y Nebbia alertaron que la “burda maniobra” ocultaba “una cabal estrategia para la defensa de los imputados”, advirtieron que Martínez seguía operando “desde
la sombras” y lo denunciaron ante el Consejo de la Magistratura. No sólo Massot
usó esa carta: el abogado Hugo Sierra, ex secretario del juez federal Guillermo
Madueño durante la dictadura y amigo íntimo de Martínez, también recusó al juez que debía resolver su situación procesal.
El abogado de ambos era Rubén Diskin, ex defensor del general Adel Vilas, cara
visible del Estado terrorista en Bahía Blanca.
El 9 de diciembre de 2014 Coleffi aceptó
apartarse en ambas causas y se explayó sobre la persecución. Calificó el
escrito de Fernández Moreno de “infamia”, remarcó que era “una espada
directamente enviada para punzar” y se preguntó “quién es el autor detrás del
autor”. “He resistido el embate metódico, diario, concertado, organizado y
obstaculizador. He tolerado estoicamente el juego de ‘doble pinzas” que
pretendió condicionar mi labor”, escribió. “Al no poder torcer mi desempeño es
que ahora la orquesta interpreta otra melodía, refuerza sus instrumentos y los
toca escandalosa y ordinariamente”, graficó. “Hasta aquí fueron sumarios
administrativos y denuncias penales, todo a oscuras y todo con un mismo origen:
Santiago Ulpiano Martínez”, subrayó.
--¿Por qué aceptó la recusación si era conciente
de la maniobra?
--Para no manchar la causa, porque si no me
apartaba pasaba a ser yo el sospechado
--explica cinco años después--. En mi carrera aprendí que si hay
sospechas de parcialidad no es juego limpio, me eduqué así. Hubiera podido
quedarme en esas condiciones y resolver conforme a las constancias de la causa
pero era ir contra mis convicciones.
Al
enemigo, ni justicia
Durante un asado de la cofradía judicial bahiense
tras la sucesión de medidas que confirmaron la imposibilidad de subordinar a
Coleffi, Massot disparó una frase que uno de los comensales comentaría asombrado:
“A este pibe lo mato o me mata”, dijo el mismo empresario que el 24 de marzo de
1976 se paseó con la bandera argentina por la rotativa donde trabajaban los
gráficos que reclamaban derechos para sus compañeros y terminarían acribillados.
Los hechos posteriores para disciplinar al juez que osó indagarlo sugieren una
férrea voluntad para instrumentar sus deseos.
Vicente Massot. "A este pibe lo mato o me mata". |
Después de armar la causa contra Coleffi por la
filtración, Martínez se apartó y la Cámara nombró como juez ad hoc a Martín
Miguel Otaño Manterola, miembro de un estudio jurídico de estrecha relación con
Massot y por entonces secretario del Colegio de Abogados local. “Fue una
decisión nula porque lo seleccionó Montezanti a sola firma, sin la mayoría que
exige la Cámara para intervenir y sabiendo de su posición adversa en temas de
derechos humanos”, recuerda Coleffi. Por orden de Otaño Manterola y con la
supervisión de Fernández Moreno lo requisaron en su lugar de trabajo con una
comitiva de diez policías, le allanaron la casa, le secuestraron teléfonos, computadoras
y el GPS del auto, y le revisaron hasta los juguetes de sus hijos.
El 7 de mayo de 2015, cuando se aprestaba a tomar
licencia para rendir en el concurso para fiscal federal, la Cámara lo cesanteó invocando “pérdida insalvable de confianza”. La decisión la firmaron Candisano,
que se negó a excusarse pese a su amistad con Martínez, y Montezanti, que ese año presentaría su renuncia cuando el Consejo se aprestaba a destituirlo. En
paralelo Otaño Manterola lo citó a indagatoria para el día anterior al examen
que debía dar en Buenos Aires. En junio lo procesó por “violación de secretos”,
noticia que mereció una amplia cobertura de La Nueva Provincia, donde Massot
conserva escribas en puestos claves. La instrucción que se acaba de caer a
pedazos la confirmaría la Cámara con votos de Juan Leopoldo Velásquez, que en
2011 no pudo intervenir en el primer juicio por delitos de lesa humanidad local
porque lo descubrieron reunido con abogados de represores y con su amigo
Sierra, y de José Triputti. En disidencia, Jorge Ferro se pronunció por el
sobreseimiento.
En los primeros días del gobierno de Mauricio
Macri la procuradora Alejandra Gils Carbó contrató al ex secretario, sin
trabajo y sin ingresos, para sumarlo a la Unidad de Asistencia a los juicios.
Seis meses después, invocando “incompatibilidad de cargos”, la Cámara volvió a
cesantearlo. La Nueva Provincia, exultante, tituló “¿Récord? Echan dos veces a un secretario federal”. “Cuando la Corte Suprema anuló la primera
cesantía puse en conocimiento a la Corte y a la Cámara que me estaba
desempeñando en el Ministerio Público, pedí licencia en el poder judicial y
dejé de trabajar hasta que resolvieran. En lugar de tratar mi pedido me
cesantearon sin hacer siquiera un sumario administrativo”, relata.
La imputación y los sumarios lo dejaron fuera de juego en dos concursos para los que estaba bien posicionado. En el de juez federal había quedado primero en orden de mérito entre más de 120 postulantes pero el Consejo lo excluyó de la terna que elevó al Ejecutivo. El gobierno de la meritocracia eligió al octavo en la lista inicial de méritos y antecedentes: Walter López da Silva, ex secretario del juez Leónidas Moldes, cuyo voto en el Consejo de la Magistratura era clave para asegurarse la mayoría.
La imputación y los sumarios lo dejaron fuera de juego en dos concursos para los que estaba bien posicionado. En el de juez federal había quedado primero en orden de mérito entre más de 120 postulantes pero el Consejo lo excluyó de la terna que elevó al Ejecutivo. El gobierno de la meritocracia eligió al octavo en la lista inicial de méritos y antecedentes: Walter López da Silva, ex secretario del juez Leónidas Moldes, cuyo voto en el Consejo de la Magistratura era clave para asegurarse la mayoría.
Candisano y Velázquez, con el crucifijo detrás, le toman juramento a Da Silva. |
En el de fiscal federal integró la terna elevada
pero fue impugnado ante el ministro Germán Garavano por el propio Martínez en
base a la maniobra que él mismo había urdido. La gestión de Massot, tío del
entonces jefe del bloque de diputados de Cambiemos, Nicolás Massot, hizo que el
gobierno lo excluyera de la terna e incorporara a Martínez. Cuando Macri
propuso su nombre a la Comisión de Acuerdos fue impugnado por H.I.J.O.S.,
Abuelas de Plaza de Mayo y otros organismos. El CELS destacó su “falta de cuidado y respeto por la función judicial” y su “incapacidad absoluta” para asumir semejante responsabilidad. Su pliego se aprobó con 33 votos a favor y 20
en contra.
El combo del castigo a Coleffi lo completó el
Colegio de Abogados bahiense, que le impidió matricularse pese a que la causa
estaba en etapa de instrucción. El principio de inocencia, bien gracias. El
Colegio funciona en el mismo edificio donde Vilas, Luis María Mendía y otros
íconos del terrorismo de Estado se reunían con Diana Julio de Massot en plena
dictadura y donde Federico Massot renegaba ante el marino Adolfo Scilingo de que los dictadores eran “cagones” que no se animaban a fusilar en las plazas públicas.
“Una
cosa rara”
La causa por las escuchas que Martínez activó súbitamente
tras ocho meses de hibernación y cuando comenzaba a avizorarse el fin de la
impunidad de Massot llegó a juicio en marzo, a seis años de la difusión del
primer audio, y concluyó el 14 de mayo con la absolución de Coleffi dictada por
el juez Luis Roberto Salas. “No se trata de dudas sino de otro fenómeno: falta
de pruebas”, afirmó el fiscal González Da Silva al anunciar que desistía de
acusar.
Su alegato
fue una clase práctica de cómo el juez y el secretario direccionaron la
instrucción contra Coleffi. “Martínez y Fernández Moreno fueron determinantes
en la construcción de la hipótesis imputativa” que Otaño Manterola volcaría en
el procesamiento, destacó. El elemento central para inculparlo fueron los
llamados que intercambió con el director de La Brújula. “Martínez le achacó
responsabilidad basándose sustancialmente en esas conversaciones”, que tenían
una explicación simple: “Sasso habló con el juez unas cuantas veces hasta que
en un momento, textualmente, Martínez le dijo ‘que no le rompiera más las bolas’
y hablara con su secretario”, explicó el fiscal.
Juan Martínez, secretario Fernández Moreno. Fotos FM de la Calle. |
Otro supuesto indicio, la cercanía horaria entre
los llamados a Coleffi y los twits de Sasso sobre la causa Suris, fue refutado
por la Dirección de Apoyo Tecnológico a la Investigación Penal (DATIP) del
Ministerio Público Fiscal. “Esto que se sostuvo a lo largo de toda la
investigación no pudo ser probado por la pericia de la DATIP”, que no encontró
“ningún grado de conexión, vínculo personal, económico, financiero o
profesional”, leyó el fiscal.
El dato que “trastoca toda la investigación”,
remarcó, lo aportó el propio Martínez al admitir que “descartó como posibles
autores” del delito al jefe de Drogas Ilícitas, comisario Diego Fernando Díaz
Aguirre, porque era “de (su) extrema confianza”, y al jefe de Observaciones
Judiciales, Néstor Rubén Galli, hombre de su “amistad más cercana”. “Martínez descarta
que hayan filtrado las escuchas en base a su amistad y confianza con ellos”,
que desde el sumario inicial declararon como testigos, a diferencia de Coleffi
que nunca fue citado, explicó con asombro. El fiscal comparó el proceso con
“una película de suspenso de Hitchcock” donde “todo el mundo sabe que el
asesino es el mayordomo” pero que en este caso “desilusiona” cuando al final se
comprende que no lo es y que “no se investigaron otras puntas”.
Al analizar los testimonios de los policías
concluyó que no aplicaban ningún protocolo para custodiar las escuchas porque
“se los llevaban a la casa” y “pasaban semanas” hasta que las entregaban a la
justicia. Un caso llamativo fue el de Walter Schell, que fue “fue bastante
parco” pero “reconoció que algunos de los audios eran los que había transcripto”.
Según el defensor de Coleffi, el ex diputado Dámaso Larraburu, Schell
intercambió 39 llamados con el periodista y tenía antecedentes de haber
manipulado escuchas difundidas por La Brújula en la causa “Garcés” sobre
narcotráfico. Cuando le preguntaron a Fernández Moreno si no le llamó la
atención esa cantidad de comunicaciones “dijo que las vio pero (no le dio
importancia por)que Schell sostuvo que se conocían desde antes”, apuntó el
fiscal. “No se investigó en el sumario y tampoco se nos permitió a través de
una instrucción suplementaria”, destacó el fiscal. Larraburu lamentó también que
no se investigara a Galli, que “fue jefe de Observaciones Judiciales más de 25
años pero no recordó ninguna publicación previa de audios en la ciudad”. Para
demostrar que “fue un testigo reticente” expuso ejemplares de La Nueva
Provincia de 2006, cuando “salieron veinte hojas enteras con escuchas al
intendente (Rodolfo) López”.
El fiscal cerró su alegato con el testimonio del
director de La Brújula, que calificó de “lapidario”. Sasso contó que durante
los ocho meses que la causa estuvo paralizada habló “más de diez veces con
Martínez y con el fiscal Cantaro sobre los audios” y “no estaban sorprendidos
ni les molestaba” que los difundiera. Adjudicó su procesamiento a “una vendetta
por el tema de las fotos del viaje”, en referencia a la difusión de imágenes de
Martínez, Candisano & Cantaro en la ruta del vino del País Vasco, que eran
públicas en Facebook, y cuestionó que “usaron su cargo para cometer semejante
abuso de autoridad”. Se amparó en el derecho constitucional a no revelar su
fuente pero “fue contundente en afirmar que le pidió las escuchas a Coleffi
pero se las negó”, destacó el fiscal. “No fue Coleffi y es una injusticia que
esté acá”, remarcó Sasso, quien subrayó que “nos allanaron después de ocho
meses” y sugirió que “una cosa rara (sic) pasó en el medio”.