Por
Diego Martínez *
Hace hoy veinte años moría de tristeza Horacio
Ciafardini. Nacido en Rosario, estudió economía, psicología, historia y letras,
emigró a sus 22 años y volvió de París y Varsovia con dos postgrados en
planificación económica. A mediados del ‘72 ganó un concurso en la Universidad
Nacional del Sur de Bahía Blanca para enseñar Teoría Económica Clásica II,
centrada en la obra de David Ricardo, y ante la renuncia del titular del nivel
III también dio cátedra de El Capital, verdaderos delitos de lesa humanidad en
una región controlada por la Armada que le costarían seis años sin libros en
las cárceles de la dictadura.
Cuando los militares derrocaron a Isabel Perón la UNS ya había sido
devastada. La intervención del integrista católico Remus Tetu en 1975 no sólo
implicó secuestros, asesinatos y matones armados en los pasillos. Con el
auspicio de La Nueva Provincia, Tetu cesanteó a cientos de docentes y
no-docentes, prohibió asambleas, juicios académicos y cátedras paralelas,
proscribió los centros de estudiantes, fijó cupos de ingreso, eliminó toda
intervención comunitaria, cerró para siempre la carrera de Pedagogía e impulsó
una campaña de persecución ideológica centrada en los departamentos de Economía
y Humanidades. Cuando el general Adel Vilas llegó a Bahía Blanca en 1976 no
quedaban rastros de militancia en la UNS. Sin embargo, ese sería el año de una
burda operación de prensa a la que el flamante juez federal Guillermo Federico
Madueño le aportaría un tinte de legalidad.
Para Vilas y la revista Cabildo, que se imprimía en las rotativas de La
Nueva Provincia, el ex presidente militar Alejandro Lanusse era el primer
responsable de consentir la conspiración marxista contra la Nación. El apacible
contexto bahiense, donde ese mismo año una caravana con banderas argentinas
acompañaría a Vilas hasta el aeropuerto, era el ideal para orquestar la venganza.
La operación ideada fue una parodia de juicio por “infiltración ideológica
marxista” en la UNS a cargo de Madueño. El señuelo fue un ex ministro de
Educación de Lanusse que antes había sido rector de la UNS, a quien se acusaría
de consentir el ingreso de “ideólogos marxistas”. Los responsables de analizar
los programas de estudio fueron agentes de la Policía Federal y entre los
invitados a dictaminar sobre el programa de economía figuró el profesor
cordobés Domingo Cavallo. El 4 de agosto, con Madueño presente para legitimar
la farsa, Vilas dio una ampulosa conferencia de prensa que trascendió las
fronteras e incluyó medallas para los policías investigadores. “Debemos anular
las fuentes mismas en que se nutre, forma y adoctrina el delincuente subversivo
y esa fuente está en la universidad y los colegios secundarios”, explicó. Luego
el subcomisario Félix Alais se explayó sobre el proceso que habría convertido a
la UNS en una “usina subversiva” y destacó como etapa inicial “la gestión del
doctor Gustavo Malek”, el “cripto-comunista” ex ministro de Lanusse.
La reacción de
Lanusse no se hizo esperar. Le escribió una carta pública a Vilas en la cual lo
cuestionaba por arrogarse atribuciones que no le correspondían. Como castigo
Videla lo sancionó con cinco días de arresto. En 1987 Vilas explicó ante la
justicia que “el exitoso trabajo y sacrificio del juez federal auxiliado por la
delegación de la Policía Federal permitió probar judicialmente la penetración
ideológica de la Cuarta Internacional en el ámbito universitario”.
Para concretar su empresa Vilas, Madueño & Cía. ordenaron detenciones
en todo el país, encarcelaron durante años a los pocos sobrevivientes de la
limpieza de Tetu e incluyeron al dueño de la fotocopiadora donde vendían los
programas. La necesidad de incorporar “subversivos” permitió a profesores
identificados con el régimen saldar rencillas domésticas acusando a sus
enemigos de “adoctrinamiento marxista”. Aún hoy docentes que padecieron las
cárceles de la dictadura se cruzan en los pasillos de la UNS con quienes los
difamaron. Incluso el secretario de Madueño, doctor Hugo Mario Sierra, logró
reciclarse y hoy dicta Derecho Penal en la UNS ante jóvenes que ignoran su
pasado.
Ciafardini fue detenido el 21 de julio de 1976 en el Consejo Federal de
Inversiones, mientras otra patota secuestraba sus libros. Al día siguiente fue
entregado a la Policía Federal de Bahía Blanca. El licenciado Alberto Barbeito,
que soportó idéntico calvario, recuerda que “nos recibieron con golpes,
amenazas, nos hicieron desnudar y nos metieron en calabozos. Estuvimos tres
días tiritando, casi delirando. Al tercer día el juez Madueño, acompañado por
Sierra, fue a tomarnos declaración. Nos vio maltrechos, en una situación
penosa. Se lo hice notar pero procedió al interrogatorio de rutina: quién era,
con quién me reunía”. Tras un par de meses en la cárcel de Villa Floresta los
trasladaron a la de máxima seguridad de Rawson. El diputado Mario Abel Amaya no
sobreviviría a los golpes de ese viaje.
En la cárcel
Ciafardini enseñó economía e idiomas y se ganó el apodo de “Asceta” por comer
la basura que les daban para impedir que los guardias lucraran con su
sufrimiento. Durante años no pudo leer más que cartas y los diarios viejos que
había para limpiarse el culo en las celdas de castigo. “Pero aunque no me crean
estoy bien: el hombre es un animal de costumbres”, le explicó a su compañera.
Una tía que era a su vez madrina de un secretario de Videla le consiguió la
opción para salir del país. Ciafardini la rechazó. “No es cuestión de salir como
rata por tirante –escribió. Hay que desentrañar la patraña jurídica de
connivencia con la dictadura”. Fue el último de los profesores en salir en
libertad vigilada, en 1982. Sobrevivió dos años pero no soportó ver el país
devastado, una universidad que le negaba su espacio y ex compañeros que ya
esbozaban su readaptación al nuevo contexto y no toleraban su coherencia y
entereza.
Actual integrante del Tribunal Oral Federal 5,
Madueño fue el juez encargado en Bahía Blanca de rechazar los hábeas corpus que presentaban los
familiares de los secuestrados, entregarles los cadáveres ametrallados y
calcinados, ordenar seccionar las manos de los supuestos NN para luego simular
su identificación, y sobreseer en tiempo record las causas por los
fusilamientos que las Fuerzas Armadas difundían como enfrentamientos. Hoy la
Universidad Nacional de Rosario recordará a Ciafardini. No podrá ser completo
el homenaje mientras Madueño siga siendo juez de la Nación.
* Escribí
esta nota con la intención de publicarla en Página12 el 15 de octubre de 2004,
cuando se cumplían veinte años de la muerte de Horacio Ciafardini y mientras
Guillermo Madueño todavía era juez de un tribunal oral. La ofrecí pero, como suele
ocurrirle a los “colaboradores” (tal el nombre de los trabajadores precarizados
en el gremio de prensa) no obtuve ni un mísero acuse de recibo. Ocho años
después, tras la muerte del torturador Félix Alais, alguien que no conozco
recuerda a su “profesor Ciafardini” y me viene a la mente este artículo, que rescato
del archivo y comparto. DM
Excelente nota... de un profesional y persona ...
ResponderEliminarExcelente nota... de un profesional y persona ...
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