jueves, 26 de marzo de 2015

La vergüenza de una justicia ad hoc


Por  Dr. Martín Gras*
El juez federal de Bahía Blanca Claudio Pontet –magistrado ad hoc designado por sorteo y que tiene pendiente la recusación realizada por la Fiscalía, el 18 de diciembre de 2014, por no ofrecer garantías de imparcialidad en juicios de lesa humanidad– no reparó en dictar la falta de mérito de Vicente Massot, dueño del diario La Nueva Provincia, en una causa en la que se investiga al empresario periodístico por su participación central, justamente en crímenes de Lesa Humanidad cometidos durante la última dictadura.
Claudio Pontet (Foto @pontet9)
A Massot se le habían realizado realmente dos imputaciones: la primera, por su participación en el secuestro, la tortura y el asesinato de Miguel Ángel Loyola y Enrique Heinrich, dos obreros y dirigentes gráficos de La Nueva Provincia. La segunda, por haber utilizado el diario no sólo para enmascarar los asesinatos por parte de la dictadura cívico-militar, sino fundamentalmente, para actuar de soporte y actor principal con la “acción psicológica” militar que permitió “dotar de sentido” al proyecto del genocidio reorganizador.
La Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA) destacó jubilosamente la importancia del fallo absolutorio –sin hacer ninguna referencia a la escandalosa sucesión de emboscadas judiciales que fueron modificando la composición inicial del Tribunal– y textualmente anunció con inocultable aire victorioso que el fallo “es un ejemplo en medio de tantas manifestaciones oficiales para urdir, como acaba de pronunciar la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), causa de acoso a la prensa que se ha mantenido reacia a la prepotencia de gobiernos que han procurado sin éxito someterlas”.
Este texto, no curiosamente se centra en la segunda de las imputaciones, es decir, la vinculación Massot-La Nueva Provincia-Acción Psicológica. Es que un par de dirigentes gráficos asesinados no constituyen para ADEPA otra cosa que una “baja colateral” en el proyecto que buscaba el disciplinamiento de la sociedad argentina y la instalación de lo que fue la reorganización neoliberal más brutal que había conocido, hasta ese momento, la Argentina.
Lo que realmente preocupa a ADEPA, la SIP y obviamente al diario La Nación, que es quien bate los parches de esta auténtica complicidad jurídica-dictatorial, es que los fiscales José Nebbia y Miguel Palazzani “se atrevieron acusar a Massot de haber cometido hechos de acción psicológica y de realizar tareas de inteligencia”. Esto es el verdadero núcleo de la cuestión.
Más allá de la sentencia de La Nueva Provincia
Lo que se estaba juzgando en Bahía Blanca no sólo era el doble crimen sindical impulsado por una patronal brutal, sino el rol de la prensa como elemento imprescindible en la construcción de una lógica de creación, justificación e instalación de memoria en un proceso genocida. En Bahía Blanca no se juzgaba solamente a un hombre, ni siquiera a un medio de prensa. A través de ellos se juzgaba al núcleo mismo del poder. A los dueños impunes pasados y presentes de la construcciones hegemónicas.
Es que para comprender quiénes fueron/son los verdaderos responsables estratégicos del proceso de reorganización nacional, –más allá del accionar operativo-táctico del elemento militar/policial–, es imprescindible entender que, junto a y más allá de esa “burocracia hegemónica de sustitución” –como definió Rouquier a las Fuerzas Armadas– existía/existe una red cómplice de instigadores/beneficiarios/partícipes necesarios. No profundizar en esa trama de actores del poder, limita los alcances del resultado judicial, y paradójicamente los objetivos estratégicos de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia.
El camino argentino para exorcizar sus demonios siguió –realmente la mayoría de las veces se adelantó– a uno de los documentos clave de la ONU en materia de Derechos Humanos. El 60/147/05 “Principios y directrices básicas a interponer recursos y obtener reparaciones”. Tras ese nombre extenso y burocrático trata, en el Principio 23, de las condiciones necesarias para la reparación última: las garantías de “no repetición”, las que nosotros llamamos Nunca Más. En él exige “la promoción de la observancia de normas de Derechos Humanos en la Administración Pública, las Fuerzas de Seguridad, los medios de información…” Curioso emparentamiento de actores.
Genocidio, medios de comunicación y acción psicológica
La búsqueda de profundización causal llevó, necesariamente, a la acusación fiscal a reflexionar sobre una pareja de conceptos que aparecen como lógicamente “encadenados”: genocidio y medios de comunicación. La pieza articulante entre los dos es la herramienta de la Acción Psicológica. Esa siniestra tríada apareció en su totalidad en el juicio de La Nueva Provincia.
Los fiscales de la causa encuadraron los crímenes como “acción psicológica” vinculada a un plan general de exterminio (genocidio). Es decir que van más allá de la idea de una suma de delitos individuales y los consideran parte de un dispositivo complejo.
Daniel Feierstein, uno de los mayores expertos internacionales en la temática, considera que la construcción de prácticas genocidas requiere, necesariamente, recorrer una serie de pasos. Esta “periodización” tiene, en nuestra opinión un eje transversal comunicacional. Este debe sustentar una política sostenida temporalmente en forma persistente antes, durante y después de la actividad de exterminio en sí. Identificación, aislamiento, debilitamiento (previo), destrucción, justificando/ocultando (durante), aceptación y naturalización de lo hecho (posterior). Ese último paso, la inclusión de lo actuado en un pasado-presente es esencial para la consolidación del fin buscado por los genocidas y delimita el campo de batalla de las políticas de memoria.
El reglamento del miedo
Las técnicas militares que constituían el puño de acero del Terrorismo de Estado encubrían/estructuraban sus intervenciones sobre la sociedad civil bajo el escéptico nombre de “Operaciones de Acción Psicológica”. De vieja tradición colonial francesa, el Ejercito Argentino las aplicaba –encuadrándolas en la creatividad de sus propios “aportes”– bajo el título de Directiva RC5-1 (Reglamento de Operaciones Psicológicas).
En su capítulo II, sección I, párrafo 2.004 (Método de la Acción Compulsiva), el reglamento definía: “Toda acción que tienda a motivar conductas y actitudes por apelaciones instintivas. Actuará sobre el instinto de conservación y demás tendencias básicas del hombre (lo inconsciente). La presión insta por acción compulsiva, apelando casi siempre al factor miedo. La presión psicológica engendrará angustia, la angustia masiva y generalizada podrá derivar en temor y eso basta para tener al público (blanco) a merced de cualquier influencia posterior”.
Son estas actividades las que centralmente requerían de un medio de comunicación masivo. Es aquí donde el diario La Nueva Provincia cumplió su rol único e intransferible: es esta la articulación necesaria entre prácticas genocidas y medios de comunicación.
Los “medios del odio”
La relación genocidio y medios de comunicación apareció ya en el juicio de Nüremberg. Tres de los procesados, Alfred Rosemberg (“el filósofo” del nazismo autor de la biblia racial El Mito del Siglo XX), Julius Streicher (director del semanario antisemita Der Sturmer) y Hans Fritsche (la mano derecha del Ministro de Propaganda Joseph Goebbels) estaban vinculados a diversos nodos de la red asignadora de sentido del Tercer Reich. Los dos primeros fueron sentenciados a muerte, el tercero paradójicamente, absuelto. En su caso se señaló que “el Tribunal no está en condiciones de demonstrar que incitaba a los alemanes a cometer atrocidades a los pueblos conquistados”. En 1947 fue nuevamente juzgado por actividades de propaganda, y esta vez condenado a prisión.
El verdadero salto conceptual se da en diciembre de 2000 cuando el Tribunal Penal Internacional de Ruanda condena a prisión perpetua a Ferdinand Nahimana, Jean Barayagwiza (director y fundador de la Radio de las 1000 Colinas) y Hassan Ngeze (director de la Revista Kangura/Despertad) por genocidio e incitación pública a cometerlo. La sentencia los definió como “medios del odio” y señaló: “Ustedes sabían del poder que tenían las palabras”.
Los fiscales de la causa apelaron inmediatamente la arbitraria ” falta de mérito ” que favoreció a Vicente Massot , pidiendo  la nulidad de la decisión del cuestionado Claudio Pontet ,destacando su ” apuro  por resolver el caso porque conocía que su designación no responde a la ley …al estar recusado por vínculos con imputados con delitos de lesa humanidad ”
La argumentación jurídica presentada es contundente ” En el fallo ” medio una arbitraria valoración de la prueba incorporada…un desentendimiento de los elementos  de cargo,una errónea y arbitraria valoración en cuanto al carácter de lesa humanidad del hecho imputado y del enmarque del mismo dentro del plan criminal “.
Pero la valoración más interesante está en otra afirmación: Se “… enmarco el accionar de La Nueva Provincia dentro del derecho a la libertad de expresión. No fue una sentencia, fue un alegato defensivo” . Frente a estas afirmaciones, el fiscal Miguel Palazzani sostuvo “Tengo razones para dudar de que  no lo escribió solamente Pontet”. Nuevamente las huellas de los criminales detrás del criminal. Las declaraciones con las que ADEPA y la SIP celebraron la temporal resolución de “falta de mérito” (la palabra celebrar es la que utiliza el diario La Nación al dar la noticia) suenan así, mas a la expresión de alivio de un culpable que al simple apoyo exculpador. Quizás esta vez los dueños de la palabra se equivocaron.  Quizás, acostumbrados a manipular la realidad la confundieron con sus deseos. No sería la primera vez, tampoco la ultima.
Los querellantes que representan a las víctimas del V Cuerpo de Ejército en Bahía Blanca y a sus socios de La Nueva Provincia, seguramente consideran que han perdido una batalla, pero no han perdido una guerra. La necesidad de utilizar la arbitrariedad judicial para cerrar esta línea de investigación, nos demuestra claramente no sólo el temor de los dueños del poder, sino también la validez de las acusaciones fiscales, la persistencia de los intereses que en su momento organizaron la Terrorismo de Estado y la necesidad de determinar el rol de los verdaderos planificadores y dirigentes del genocidio reorganizador.
La violencia por sí sola nunca es capaz de establecer un sistema de orden hegemónico. La herramienta central es y será la configuración de una matriz social de sentido. Por lo tanto para librar las verdaderas batallas que permitan profundizar la democracia debemos entender el poder de las palabras y las responsabilidades que derivan de su uso.

*Secretario ejecutivo del Plan Nacional de Derechos Humanos (Secretaría de Derechos Humanos de la Nación)

domingo, 8 de marzo de 2015

El juez Pontet y sus usos de la historia para defender a Massot


Por Ana Belén Zapata *
Para el Juez Pontet, Vicente Massot era un “joven novato periodista de un medio local” en 1976 cuando asesinaron a Heinrich  y Loyola. Y que, como tal, “no tuvo arte ni parte” en las decisiones empresariales durante los conflictos  del diario con sus trabajadores entre 1973 y 1975,  ni cuando luego de los mismos –y como consecuencia de ellos-  se produjeron los brutales asesinatos de los gráficos. Pontet -más en rol de defensor que de un juez- opta por creer cien por cien la versión de Massot y en consecuencia resolver la falta de mérito para él en este caso.
Vicente Massot
A lo largo de su resolución, el juez pretende instalar la idea de que a Heinrich y Loyola los asesinó  la Triple A y de esta forma desligar de responsabilidad en estos actos a la patronal de La Nueva Provincia. 
Para decir eso, en su escrito, Pontet mal usa, falsea y descontextualiza parte de mis trabajos.
El juez llega a decir  que: “la investigadora Ana Belén Zapata ha asociado directamente el hecho del que resultaron víctimas HEINRICH y LOYOLA con las acciones perpetradas por el grupo parapolicial conocido como Triple A.” para luego afirmar que “Ana Belén Zapata insiste en la hipótesis que los asesinatos de Heirnich y Loyola son atribuibles a la Triple A”.  
Esto además de ser falso y erróneo, es una deliberada tergiversación de mi investigación la cual aparece burda y alevosamente citada casi 17 veces en sus 345 páginas, como si con esto Pontet buscara parafrasear a su DEFENDIDO, Vicente Massot-  cuando decía en indagatoria que: “es de particular interés traer a comento los otros libros, ponencias, artículos, que en el curso de los últimos años ha escrito la misma Licenciada en Historia Belén Zapata, que se ha especializado precisamente en el tema de los conflictos laborales que se dieron entre 1973 y 1975 en LNP. Dada la clarísima animadversión de la licenciada respecto de LNP, cosa que es fácil de detectar a partir de la lectura de todo ese material, nadie podría, al menos en su sano juicio suponer que existe de su parte hacia el diario algún tipo de favoritismo.”
Ahora bien, yo digo en un artículo que es necesario comenzar estudiar los nexos y vasos de convergencia entre las formas de represión paraestatal anteriores a la dictadura y  las que se produjeron durante la misma, pensando en lo complejo de las transiciones y más concretamente en las formas de violencia, modus operandi y mano de obra que muchas veces compartieron tanto bandas y organizaciones criminales tipo Triple A, con las fuerzas militares y/o policiales que operaron ya en contexto dictatorial. Es desde esta línea de análisis  que menciono el caso de la llamada “Cueva de los leones” como uno de los  lugares comunes donde los grupos paraestatales locales arrojaban los cuerpos de sus víctimas, allí donde también aparecieron los cuerpos de  Heinrich y Loyola. Pero esto, DE NINGUNA MANERA, es afirmar que a Heinrich y Loyola los mató la Triple A.
Claudio Pontet
El inconsistente argumento de Pontet se fundamenta en “la enemistad abierta entre la Triple A y La Nueva Provincia” interpretando que para la Triple A, asesinar a Heinrich y Loyola fue como “matar dos pájaros de un tiro” al eliminar a dos obreros  “vinculados a Montoneros” (?!!) y al mismo tiempo dañar al diario frente al cual sentían aversión. ¿Pero cómo?  ¿Asesinando a los dos trabajadores que más dolores de cabeza les traían a los Massot???
Primero, ni Enrique ni Miguel Ángel formaban parte de Montoneros, la vinculación –por demás forzada- que plantea Pontet es a partir del testimonio de Enrique Marano quien solo menciona una reunión en el SAG con dos integrantes de Montoneros que intentaban convencer a Heinrich y Loyola de volar la rotativa del diario (hecho que finalmente jamás sucedió)
Por otra parte, Pontet menciona la “conocida oposición y denuncia del diario a las actividades de la Triple A.” Eso es por lo menos discutible, y resulta necesario plantear matices y contextos diversos frente a las relaciones entre la dirección de La Nueva Provincia y “la Triple A”. Porque, si acaso fuera real, que el juez leyó los 10 años de editoriales de La Nueva Provincia que dijo que leyó… no se le habría escapado que justamente es en uno de los mencionado en su resolución (Estado de sitio: Recuperar el monopolio de la fuerza legítima, del 8 de noviembre de 1974) donde el diario justifica el accionar de la Triple A para “eliminar el terrorismo” Cito: “La Alianza Anticomunista Argentina, si bien se mira, ha reaccionado contra una situación de inseguridad hábilmente explotada por el criminal terrorismo marxista. Ha reaccionado reivindicando una violencia que el Estado no sabe o no quiere hacer efectiva contra las huestes de Santucho y Firmenich. Mientras estas, entonces desarrollaran una táctica de ataque frontal al Estado y sus instituciones, la AAA pretende, por medios contraterroristas, eliminar un terrorismo frente al cual el Estado se muestra impotente.” (LNP, 8/11/1974)
Pontet menciona los enfrentamientos armados entre la guardia de La Nueva Provincia y la patota de Ponce; menciona las denuncias de Diana Massot sobre las “desprolijidades” de la nefasta “fiambrera”; pero casualmente (o no tanto) se olvida de mencionar el encuentro cordial entre Ponce y Diana Massot en su departamento de calle Cerrito donde el diputado y la empresaria charlaron “cuestiones de hacienda”. Es su propio DEFENDIDO quien menciona este encuentro en su indagatoria. Entonces ¿en qué quedamos?, si asumimos que Ponce era Triple A en Bahía Blanca ¿cómo era la cosa? , ¿Se tiroteaban entre las patotas y después salían juntos a comer la empresaria y el diputado?...Por lo pronto la cosa era un poco más compleja de como la quiere presentar Pontet.
Ahora vayamos a la parte anacrónica del argumento de Pontet. Para el juez hacia fines de junio principios de julio de 1976, con la dictadura ya instaurada, la Triple A seguía operando, a sus anchas, al punto tal de organizar dos secuestros sincronizados en las casas de Heinrich y Loyola. Otro dato que “se le pasó” al juez de las lecturas rápidas, es la nota de La Nueva Provincia del 31 de marzo de 1976 en la cual se anuncia que, entre otros sindicalistas, para ese entonces había sido detenido por las fuerzas militares RODOLFO PONCE. Para quien luego, asimismo, el 18 de junio la Junta Militar dispuso sanciones por delitos de corrupción, abusos de poder, y enriquecimiento ilícito. Junto a Ponce figuraban también Isabel Perón, Lorenzo Miguel, Rogelio Papagno, Carlos Menem y José López Rega entre otros… Pasando en limpio; si asumimos que Ponce era la Triple A local, ¿cómo se explica su actuación en este contexto en el que el mismo Ponce había sido ya detenido por los militares?
Es simplista y endeble la representación que Pontet tiene de lo que fueron las organizaciones paramilitares. Por lo contrario, no es nada sencillo pensar, historizar, investigar sobre la Triple A: cómo se formó, cómo operó y aún más complejo: cómo y cuándo se desmembró, qué parte de su mano de obra resultó “reciclada”  en el terrorismo de Estado; es decir, la compleja transición de estas formas represivas, esto que Pontet no llega a ver en sus ciegos esfuerzos por liberar de culpa y cargo a su DEFENDIDO.
Por otra parte, la manipulación que Pontet hace de los testimonios de las víctimas resulta alevosa. Es por lo menos vergonzosa la parcialidad con la cual Pontet decide dar crédito a una parte del testimonio de Vilma Denk, pero desestimar otra. Entonces el juez va a subrayar que a Enrique Heinrich lo amenazaban desde la CGT de Ponce, pero menoscaba la parte del relato de Vilma en la cual ella explica que “la dueña de La Nueva Provincia los ´volvía locos´ y  ´los amenazaba´ por los paros que hacían.”
A Pontet “no le parece razonable”: “suponer que los directivos del diario La Nueva Provincia se hayan tomado el trabajo de documentar un conflicto por actas notariales para luego decidir eliminar a los trabajadores que encabezaban el conflicto gremial y que figuraban en esas mismas actas, junto con ellos: lógicamente, en caso de ocurrir las muertes de los empleados, aquellas constancias probarían un supuesto móvil en una eventual investigación penal, y los principales sospechosos serían -sin dudas- ellos mismos.” Y es así que el juez no entiende por qué  razón los habría mandado a matar la empresa si “el conflicto ya había terminado” para 1976. Pontet “no se explica” ¿porqué la empresa habría querido deshacerse de dos de sus trabajadores más combativos cuando el conflicto ya estaba saldado?  Con esto el juez pretende invisibilizar el efecto aleccionador que tuvo para todos los gráficos del taller y de la empresa en general, los brutales asesinatos de sus compañeros. La Nueva Provincia  no volvió a tener luchas internas ni conflictos laborales en los años siguientes y hasta el día de hoy ¿acaso piensa que nada de eso tuvo que ver con los asesinatos? El amedrentamiento le sirvió a la empresa para cambiar su sistema de producción y aumentar su productividad con el sistema de impresión off set, para cuya implementación la empresa pudo prescindir de los operarios que ya no necesitaba y beneficiarse con las condiciones y la legislación laboral que la dictadura había suprimido. “Le tenemos miedo a la señora de Massot” decían los gráficos en actas de asambleas, luego de los conflictos. Además, el juez agrega que: “la actuación en las tratativas laborales y/o sindicales con los delegados gremiales es absoluta y totalmente lícita. Lo único que demuestran las actas es la existencia de un conflicto gremial (lo que era público y notorio) y eventualmente, detraer de ello la existencia de un móvil para el crimen. Pero es claramente inidónea tal prueba para acusar de homicidio o de participación en el genocidio a quienes llevaron a cabo tal negociación sindical.” Decir esto es no entender nada del contexto de época, de la movilización social existente en años previos a la dictadura y de la realidad de cientos de establecimientos y fabricas en todo el país en los cuales –como en La Nueva Provincia- encontramos que la situación de conflictividad laboral previa al golpe resultó en factor determinante para el posterior secuestro, la desaparición y el asesinato de miles de delegados de planta, gremialistas o trabajadores de base ya en contexto dictatorial.
Por otra parte, sobre el informe de Prefectura en que los servicios de inteligencia establecen los miembros de la “guerrilla sindical” a ser “raleada de LNP” Pontet se pregunta en un esfuerzo por resultar incisivo “¿porqué las fuerzas militares no siguieron matando a los demás trabajadores que estaban signados como personal a ser raleado y solo asesinaron a Heinrich y Loyola?” Y para contestarse (¿) trae a cuento testimonio de su defendido, Massot: “Luego, en su indagatoria del 24/04/2014 a fs 857/68 dijo que: “…en atención a la lectura de la causa y de la cita del informe de la PNA del 22 de marzo de 1976 respecto del personal involucrado en los conflictos laborales de 1975 deseo puntualizar que varios de ellos por no decir muchos de ellos, siguieron trabajando en la empresa normalmente por espacio de años, algunos todavía forman parte como empleados de LNP en puestos jerárquicos como el sr. Olivieri y que otro, ya muerto, el sr. Andueza, llegó a ocupar el más alto cargo del diario por debajo de la dirección y subdirección, el de secretario general de reacción.” Como si estos dichos permitieran esclarecer algo…
Respecto al mismo documento resulta curioso cómo, Pontet se pregunta por el caso del SOLDINI pero en ningún momento habla de la actuación de JOSÉ HÉCTOR RAMOS  dentro del diario.  Se permite dudar respecto a si efectivamente fue la familia empresaria la que aportó los datos de sus trabajadores a los servicios de inteligencia de la Prefectura cuando es el mismo informe de inteligencia el que dice que parte de la investigación sobre los gráficos la realizó Ramos antes de su muerte. Pontet menoscaba incluso el hecho de que es el mismo Vicente Massot quien me dijo a mí en la entrevista del 6/06/2013 que Ramos ERA EL JEFE DE SEGURIDAD DEL DIARIO. Este es un eje fundamental que nos permite pensar en la responsabilidad empresarial en el señalamiento  e instigación a los asesinatos de Heinrich y Loyola. Pero el juez parece no verlo.
Lo cierto es que la provisión de información por parte de la La Nueva Provincia hacia los servicios de inteligencia queda en evidencia – en parte-  desde la doble pertenencia del comisario José Héctor Ramos (que  un lado ocupaba el cargo de Segundo Jefe del Servicio de Informaciones de la Policía de de la provincia de Buenos Aires y por otro lado se desempeñaba como Jefe de Seguridad del diario) esto nos muestra un vínculo directo entre la empresa y los servicios de informaciones. Si a esto le sumamos los testimonios de trabajadoras que dieron cuenta de  la presencia cotidiana de Ramos en los pasillos de LNP, que solían reconocerlo cuando se reunía con los directivos del diario en las oficinas de la empresa. Estos son algunos de los detalles que aparecen en mi tesis pero que, muy convenientemente, Pontet no toma en cuenta.
Para dejarlo libre de culpa y cargo a Vicente Massot, Pontet le endilga los asesinatos de Heinrich y Loyola a la Triple A. Y habla de esta organización muy livianamente, cortanto y pegando textos, tergiversando a su antojo. Como si reconstruir la estructura de las AAA, su forma de operar, sus redes de influencia a nivel nacional fuera algo sencillo de realizar. Habla de Triple A sin tener idea de lo complejo que es analizar este tipo de organización que justamente por su carácter de clandestinidad e ilegalidad requiere de suma cautela para analizar la muy fragmentaria base de indicios con la que contamos para tal fin.
Para terminar, Pontet cita mucho mi tesis pero evidentemente la leyó muy poco o nada. A tal punto que ni del título que estaba citando se percató: “Páginas Manchadas”  La metáfora no es nada encriptado. Solo alguien que nunca leyó mis trabajos podría sostener que en ella desvinculo a La Nueva Provincia de los asesinatos de Heinrich y Loyola para en cambio decir que los mato la Triple A.

* La autora es historiadora de la Universidad Nacional del Sur, becaria del CONICET y docente de la Universidad de Buenos Aires. Su tesis doctoral, titulada “Páginas manchadas”, analiza el conflicto de los obreros gráficos con la patronal de La Nueva Provincia, que derivó en los secuestros, torturas y asesinatos de Enrique Heinrich y Miguel Angel Loyola.

Cinco oraciones en 38 años. Cobertura de LNP sobre los asesinatos de Heinrich y Loyola.