sábado, 29 de noviembre de 2014

La trinchera de mamá


La Unidad Fiscal de Derechos Humanos de Bahía Blanca reforzó la acusación contra Vicente Massot y reiteró el pedido de procesamiento y prisión preventiva del empresario. La Nueva Provincia se ufanaba de “hacer la guerra” y de actuar “en toda la línea de combate”. Relatos del propio Massot sobre su rol de che pibe al servicio de Suárez Mason.


Por Diego Martínez
Foto: Pablo Dondero.
“Más que hablar de guerra, hay que hacer la guerra. De entre todas las profesiones le cabe al periodismo un puesto de avanzada en las trincheras de la patria (...) Nuestro deber, pues, se corresponde con el de las Fuerzas Armadas en toda la línea de combate.” La declaración forma parte de un editorial del diario La Nueva Provincia de noviembre de 1977, en pleno terrorismo de Estado, y encabeza un escrito de casi 600 páginas en el que los fiscales federales Miguel Palazzani y José Nebbia reiteran el pedido de procesamiento y prisión preventiva del dueño y director del diario de Bahía Blanca, Vicente Massot. El empresario, profesor de la Universidad Católica Argentina y columnista del diario La Nación, fue indagado en dos oportunidades por el juez federal subrogante Alvaro Coleffi, que ahora debe pronunciarse sobre su situación procesal.
Massot está acusado como coautor de los secuestros, torturas y asesinatos de Enrique Heinrich y Miguel Angel Loyola, dirigentes del Sindicato de Artes Gráficas de Bahía Blanca que lo tuvieron de interlocutor en sus últimos meses de vida, y por el rol del diario como auxiliar de la inteligencia militar en operaciones de acción psicológica para justificar y encubrir crímenes de lesa humanidad.
El escrito de la Unidad de Derechos Humanos bahiense complementa las pruebas presentadas en mayo del año pasado, cuando los fiscales imputaron a los directivos del diario por su “participación concreta y específica” en el terrorismo de Estado, que “se disfrazó bajo el ropaje de actividad periodística”. A partir de un estudio meticuloso de editoriales, notas de opinión e inclusive avisos que instigaban a los lectores a transformarse en delatores, los fiscales desmenuzaron la construcción de un discurso de odio con conceptos como “enemigo”, “delincuente subversivo”, “guerra sucia” o “aniquilamiento”, que sintonizaban claramente con las funciones asignadas por reglamentos y directivas militares.
Frente a la pretensión esbozada por Massot en las indagatorias, cuando intentó equiparar el rol de La Nueva Provincia con el de otros diarios que publicaban comunicados oficiales de las Fuerzas Armadas, los fiscales enfatizaron que “el discurso de incitación al genocidio –en su afán legitimador, encubridor e instigador– no sólo fue abrumadoramente mayoritario, sino que adquirió niveles extremos de intensidad, tanto en la gravedad del mensaje (el aniquilamiento total y definitivo en todos los campos de la sociedad) como en su poder de inserción en el público (la altísima frecuencia, la agobiante repetición e insistencia, la ubicación en espacios centrales del ejemplar, etcétera)”.
La acusación original del Ministerio Público Fiscal incluía a la madre de Massot, Diana Julio, y a su hermano Federico, directora y vicedirector del diario, ambos fallecidos; también al entonces jefe de redacción, Mario Gabrielli, quien murió meses después. A partir de las ostensibles relaciones de los Massot con los distintos niveles del Estado terrorista, los fiscales calificaron a ese núcleo duro como un “sujeto activo” que integró “un grupo de pertenencia” junto a militares, policías y civiles. Argumentaron que su conducta delictiva fue “voluntaria (no forzada), intencional e interesada”, actitud que surge no sólo de admisiones como la que encabeza este artículo sino también de la permanente exhortación a la población a cumplir un rol activo en la delación y del repudio a toda expresión de indiferencia o indefinición.
El elemento central en la estrategia de justificación del genocidio “consistió en la creación de un enemigo que estaba en guerra con la Patria”, explicaron los fiscales. Al caracterizarlo además como “no convencional”, esas “acciones ‘bélicas’ escapaban a toda delimitación ética o normativa” y todos los medios eran válidos para concretar el aniquilamiento. En paralelo operaba el encubrimiento por medio de un “juego de ocultamiento” en el cual “las prácticas más aberrantes que trascendían a la superficie eran transferidas al oponente”.
La Unidad Fiscal distinguió una “exhortación al exterminio grueso”, predominante en los meses previos e inmediatamente posteriores al golpe de Estado y centrado en “la guerrilla” o “enemigo armado”, y en paralelo un llamado al “exterminio fino” de la “subversión ideológica y cultural”, que incluyó desde la “limpieza” de la Universidad del Sur y los colegios secundarios hasta los jardines de infantes.
El análisis de esas exhortaciones pone en evidencia además las tensiones al interior de las Fuerzas Armadas y el apoyo constante de los Massot a la “línea dura” del Ejército, personificada en quienes se convertirían en iconos del terrorismo de Estado como Ramón Camps, Adel Vilas, Ibérico Saint Jean o Carlos Guillermo Suárez Mason. Las relaciones personales con esos sectores no sólo se verifican en las páginas de La Nueva Provincia, sino también en anécdotas relatadas por el propio Vicente Massot. 
“A mí no me lo contó nadie, yo lo viví a eso”, confesó durante una entrevista con el Programa de Historia Política del Instituto Gino Germani, en la que relató su rol como mediador entre Suárez Mason y el general Osvaldo Azpitarte, comandante del Cuerpo V de Bahía Blanca, en 1977. “Me llama Suárez Mason y me dice: ‘Te pido Vicente que vayas a verlo al Vasco Azpitarte, en Aeroparque tenés boleto de ida y vuelta. Andá y decile que lo quieren rajar a fin de año, que la Junta de Calificaciones, o lo que está manejando Videla y Viola, lo quieren rajar, y tenemos que hacer algún tipo de plan para tratar de mantenernos’ (...) Yo fui y se lo dije a Azpitarte”, relató, sin ocultar el nivel de confianza y la relación íntima que mantenía con los jefes de la represión ilegal. “Mi madre había sido una de las personas que más había insistido personalmente en la necesidad de que las Fuerzas Armadas interviniesen en la forma en que lo hicieron”, admitió en aquella entrevista, y recordó que al día siguiente del golpe de Estado visitaron a Suárez Mason para agradecerle. “Bueno, Cacho. ¡Lo felicito!”, recordó las palabras de Diana Julio para quien por esos días se convertía en dueño de vidas y muertes en la capital del país.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Massot, en tiempo de descuento

Por Diego Martínez
El empresario Vicente Massot volvió a declarar ayer como imputado por delitos de lesa humanidad durante la dictadura. El director del diario La Nueva Provincia se negó a responder preguntas de los fiscales, volvió a centrar todas las responsabilidades en sus familiares muertos e insistió en que no pisó Bahía Blanca en 1976, el año de los asesinatos de los obreros gráficos Enrique Heinrich y Miguel Angel Loyola. Massot se retiró en un patrullero en medio de un descomunal operativo de seguridad de Prefectura, la fuerza que a fines de 1975 resolvió "ralear" de la tierra a los dirigentes gremiales que luego serían secuestrados, torturados y asesinados. La definición de la situación procesal de Massot está ahora en manos del juez federal subrogante Alvaro Coleffi, quien ayer a primera hora, en una extraña coincidencia, se enteró por LU2, la radio de  Massot, que fue denunciado penalmente por una supuesta filtración de información en una causa por narcotráfico. La denuncia la presentó su colega Santiago Martínez, que en su momento había desestimado la imputación contra los directivos de LNP, y quedó en manos de la jueza subrogante Ana Araujo, hija de un marino procesado como jefe de un grupo de tareas de la base naval de Puerto Belgrano y de cuyo arresto domiciliario es responsable.
Foto, FM de la Calle
  Massot entró al juzgado a las siete con su abogado Rubén Diskin. En la calle había un centenar de prefectos pertrechados con cascos, escudos y chalecos antibala. Dos horas después Coleffi informó a las partes que se acababa de enterar por LU2 de la denuncia en su contra pero ni Diskin ni los fiscales José Nebbia y Miguel Palazzani entendieron que fuera causal de recusación. Desde el primer piso donde se hizo la audiencia se veían fotos de Heinrich y Loyola y se escuchaban los cantos de militantes de organismos de derechos humanos y agrupaciones políticas.
  Cuando Palazzani le preguntó sobre la relación con el general Carlos Suárez Mason, el imputado aclaró que haría uso de su derecho a no responder preguntas de fiscales. Más tarde admitió el dato que dio durante una entrevista para el Instituto Gino Germani: en plena dictadura ofició de correo entre el comandante del Cuerpo V, general Osvaldo Azpitarte, y el del Primer Cuerpo, Suárez Mason, un íntimo amigo de la familia.
  La estrategia de Massot, indagado por primera vez a fines de abril, volvió a centrarse en responsabilizar a su mamá Diana Julio y a su hermano Federico, directora y vice de LNP en los '70, ambos fallecidos. "Mamá manejaba", "mamá escribía", "mamá decidía". A pesar de los recibos de sueldo con su firma durante varios meses de 1976, secuestrados en el allanamiento al diario, declaró que ese año no fue a Bahía Blanca. Afirmó que comenzó a escribir editoriales a mediados de 1978, un lustro después de su debut como secretario de redacción de la revista Cabildo.
  Lejos del personaje menor que intentó pintar en su primera declaración, antes de conocer las actas ante escribano en las que aparece negociando mano a mano con Heinrich y Loyola en los momentos más álgidos del conflicto con los gráficos, Massot admitió ayer que se paseaba armado por los pasillos de la empresa y se limitó a aclarar que no hacía ostentación de armas en las reuniones con los delegados, a quienes en los editoriales criminalizaban y denunciaban como un "soviet" infiltrado en sus filas.
  Entre las nuevas pruebas que le exhibió ayer Coleffi estuvieron los testimonios sobre la lucha de los gráficos en 1975 para que LNP respetara el convenio colectivo y las amenazas a Heinrich y Loyola, relatadas en los últimos meses por ex compañeros y familiares durante el juicio oral a marinos y prefectos, del que el diario desinforma sistemáticamente. Massot se limitó a decir que las acusaciones eran "infamias". La indagatoria concluyó poco después del mediodía. El columnista de La Nación, de traje y anteojos negros, salió del juzgado escoltado por policías y prefectos.
  El dato sugerente del día no lo aportó Massot en la indagatoria sino minutos antes desde su radio: una denuncia penal contra el primer juez de Bahía Blanca que se animó a avanzar sobre los partícipes civiles del terrorismo de Estado. En los últimos meses Coleffi no sólo ordenó allanar LNP e indagar a Massot; también pidió la extradición del ex capellán Aldo Vara y procesó al arzobispo Guillermo Garlatti por encubrirlo mientras estaba prófugo. La denuncia en su contra la presentó el subrogante Martínez, un desestimador serial que no encontró pruebas para indagar a Vara ni a Massot y que rechazó la imputación de los fiscales por delitos sexuales como parte constitutiva de la represión ilegal. La Cámara Federal local ya dejó trascender su decisión de no asignar más causas de lesa humanidad al descarriado Coleffi. Si el fiscal Antonio Castaño decidiera impulsar la denuncia penal, el expediente quedaría en manos de la jueza Araujo, hija del capitán de navío Ricardo César Araujo, con procesamiento firme por comandar un grupo de tareas de la Armada.


martes, 18 de noviembre de 2014

La hora de Massot


El empresario Vicente Massot, director del diario La Nueva Provincia, deberá volver a responder preguntas como imputado por delitos de lesa humanidad durante el terrorismo de Estado. Mientras el diario de Bahía Blanca desinforma sistemáticamente a sus lectores sobre el juicio oral y público que se desarrolla a cien metros de la redacción, donde marinos y prefectos rinden cuentas por los asesinatos de los obreros gráficos y dirigentes gremiales que osaron enfrentar a los Massot, el juez federal subrogante Alvaro Coleffi volvió a citar al apologista de la tortura y profesor de la Universidad Católica Argentina para que el jueves amplíe su declaración indagatoria, que tuvo un primer capítulo el 24 de abril.
  En abril de 2013, los fiscales federales José Nebbia y Miguel Palazzani acusaron a Massot como coautor de los secuestros, torturas y asesinatos de Enrique Heinrich y Miguel Angel Loyola, dirigentes del Sindicato de Artes Gráficas de Bahía Blanca que lo tuvieron de interlocutor en sus últimos meses de vida, y por el rol del diario como auxiliar de la inteligencia militar en operaciones de acción psicológica para justificar y encubrir crímenes de lesa humanidad. La acusación del Ministerio Público Fiscal incluía a su mamá, Diana Julio de Massot, y a su hermano, Federico Massot, directora y vice del diario, respectivamente, ambos fallecidos, y también al ex jefe de redacción Mario Hipólito Gabrielli, quien murió impune meses después.
  Massot es socio de la empresa familiar desde 1974, cuando tenía 22 años y militaba en el nacionalismo católico. En 1973, días antes del ascenso de Héctor Cámpora, publicó como secretario de redacción el primer número de la revista Cabildo, donde haría pública su admiración por el fascismo. Por entonces comenzó a tener incidencia directa en los editoriales de LNP, que reclamó a las Fuerzas Armadas impedir el ascenso del gobierno peronista y luego derrocarlo. “El nacionalismo ultrafascistoide le ‘brotó’ a LNP cuando uno de sus nenes (el que está en el fino humor de Cabildo) comenzó a incursionar en el periodismo”, informó en 1974 la revista Militancia, que dirigían Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde.
  Los hechos que involucran directamente a Vicente Massot comienzan en 1975, cuando los editoriales criminalizaban a delegados y activistas gremiales. En septiembre de ese año, su mamá le encomendó “todo trato con el personal”, misión que quedó documentada en actas ante escribano halladas por los fiscales. Mientras los gráficos encabezaban los reclamos para que la empresa respetara el convenio colectivo de trabajo, exigencia que llegó a contar con el respaldo activo de los cinco gremios a los que pertenecían los trabajadores del diario, el Canal 9 y la radio LU2, un editorial anunció que “LNP se encuentra en guerra” y en otro se presentó como víctima de “la infiltración más radicalizada”.
  Por esos meses (el primer borrador data de diciembre), la sección informaciones de Prefectura local elaboró una investigación titulada “Guerrilla sindical” en LNP, que concluyó con una lista de “personal a ser raleado”. La encabezaban Heinrich y Loyola, e incluía las direcciones donde los secuestraron. Dos días antes del golpe de Estado se elaboró el informe definitivo y, el 24 de marzo de 1976, madre e hijo pasearon por la rotativa con una bandera argentina, provocando a los gráficos: “¿A qué no se animan a hacer paro ahora?”. Cuando aparecieron los cadáveres masacrados y con signos de tortura, LNP dio la noticia en veinte líneas bajo el título “Son investigados dos homicidios”. En los 38 años siguientes no retomó el tema.
  En septiembre de 2012, al dictar la primera sentencia a represores locales, el Tribunal Oral Federal ordenó investigar a LNP por su “campaña de desinformación y propaganda negra” para “imponer la versión de los victimarios” y crear “un estado de anomia legal en la sociedad que permitió el ejercicio brutal de una violencia irracional”. Los jueces Jorge Ferro, José Triputti y Martín Bava, que asumieron como subrogantes por la falta de garantías de sus pares bahienses, recordaron que el general Adel Vilas aludió a LNP como un “valioso auxiliar de la conducción” militar y señalaron que la actuación de la familia Massot “no se halla alejada de toda la ilegalidad que existía en la época”.
  En abril de 2013, los fiscales pidieron la detención e indagatoria de Massot y de Gabrielli, que moriría en julio. Nebbia y Palazzani destacaron la “participación criminal concreta y específica” de los directivos de LNP disfrazada “bajo el ropaje de la actividad periodística”, y los acusaron por “el ejercicio de funciones de acción psicológica” diagramadas por el Destacamento de Inteligencia 181, al que pertenecían los interrogadores del centro clandestino La Escuelita. En el caso de Massot apuntaron que tenía un rol "múltiple", que al menos desde 1974 era socio de la empresa, y recordaron que en septiembre de 1975, en pleno conflicto con los gráficos, la directora del diario le delegó el "trato con el personal".
  Ante el pedido de los fiscales, el juez subrogante Santiago Martínez sostuvo en una carilla de antología que la “orfandad probatoria” no permitía siquiera hablar de “algún grado de complicidad” de los Massot con la dictadura. Seis meses después, la Cámara Federal revocó esa decisión infundada, apartó a Martínez e ideó una original maniobra para no ordenar la indagatoria del hombre fuerte de la ciudad: sostuvo que Massot se había presentado cuando el Tribunal Oral ordenó investigar a LNP y que tenía derecho a prestar una “declaración espontánea”, que en rigor nunca había pedido. El 18 de marzo se cumplió ese trámite: Coleffi escuchó a Massot ante la mirada de Nebbia y Palazzani, que no pudieron hacer preguntas.
  El 8 de abril, por orden de Coleffi, los fiscales encabezaron durante once horas un allanamiento a las oficinas comerciales, la dirección y el archivo de La Nueva Provincia, frente a la plaza central de la ciudad. Entre otros materiales, secuestraron los legajos de los obreros asesinados, coberturas fotográficas de actos militares, registros contables y liquidaciones de haberes. Un estudio de la Oficina de Investigación Económica y Análisis Financiero del Ministerio Público Fiscal concluyó que Massot, quien sostenía que por aquellos meses había cumplido con el servicio militar y que comenzó a trabajar recién en 1977, “se desempeñó en forma permanente” como editorialista y cobraba su sueldo en persona.
  El 24 de abril, citado a indagatoria, Massot se negó a responder preguntas, intentó minimizar la importancia de las actas en las que aparece negociando mano a mano con Heinrich y Loyola, dijo no recordar cómo se enteró de los asesinatos y centró la responsabilidad en los muertos: su madre y su hermano Federico. La novedad que descolocó al empresario fue la declaración del teniente coronel Mauricio Gutiérrez, ex auditor del Ejército y abogado de represores, quien contó que el general Adel Vilas en 1987 le relató cuando Diana Julio, en la casa del comandante del Cuerpo V, general Osvaldo Azpitarte, les pidió “chupar por izquierda” a los dirigentes gremiales que días después serían asesinados.
  La ampliación de la indagatoria de Massot, ícono de los partícipes civiles en el terrorismo de Estado, genera amplia expectativa. Puertas adentro de La Nueva Provincia rige la orden de no informar sobre el juicio a los asesinos a quienes durante años el diario disfrazó de héroes. Afuera crece el reclamo de justicia. Sus impulsores vivirán el jueves un día clave. La Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, H.I.J.O.S., la Mesa por el Juicio y Castigo, el MoVeJuPA de Punta Alta y la Comisión de Apoyo a los Juicios, entre otras organizaciones, se concentrarán a las 7.30 frente al juzgado. Tras la indagatoria comenzará la cuenta regresiva para que el juez se pronuncie sobre la situación procesal de Massot.