Memorias sobre el terrorismo de Estado en Bahía Blanca y Punta Alta. Trabajo colectivo de reconstrucción de la historia local del genocidio. Su objetivo es enfrentar al silencio cómplice con la difusión de la verdad y la exigencia de justicia.
domingo, 25 de febrero de 2007
Flores para la Tera
Página/12
Exhumada de una tumba sin nombre e identificada por el Equipo Argentino de Antropología Forense, Silvia Giménez será enterrada hoy en el cementerio de La Plata.
Por Diego Martínez
Emiliano tenía 15 meses el día que una patota militar secuestró a sus padres. 29 años después el Equipo Argentino de Antropología Forense le informó la identificación de su mamá, Silvia Giménez, enterrada como NN en el cementerio de Avellaneda. Esta semana convocó a organismos de derechos humanos y organizaciones populares a rendirle homenaje. “Si cada una de las historias de los 30.000 desaparecidos se escribe desde una confusa y anémica memoria que niega su condición de revolucionarios, de sujetos que disputaron el poder por la liberación política y social de la Patria, si no tenemos la estima por las nubes al decir que fueron cuadros políticos estratégicos, soldados de una causa colectiva e irremediablemente justa, estaríamos volviendo a matarlos”, escribió. La cita es a las 11 en el cementerio de La Plata.
Silvia nació en Coronel Pringles pero de niña llegó a Bahía Blanca. Estudió en el Colegio Nacional, donde este verano sus autoridades taparon un mural de los alumnos que recordaba la Noche de los Lápices. En la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional del Sur conoció a Raúl Guido, “el Tero de Huanguelén”. Se enamoraron, pasó a ser la Tera y se mudó al Barrio Universitario, una manzana de chalecitos recuperados para los estudiantes del interior que pronto se convirtió en centro de actividad política. Sus primeros rastros de militancia constan en Graphos, revista del Club Universitario. Escribió sobre educación en Cuba y derecho a la salud. Emiliano heredó el oficio: en 2005 recibió el premio José Martí de la agencia Prensa Latina. Sus amigos la recuerdan seria, sólida en sus convicciones y de extraordinaria belleza.
En junio de 1973 acompañaron a la JP a Ezeiza y se terminaron de convencer de que la revolución no pasaba por Perón. El día del golpe en Chile la recuerdan con la bandera del Frente Antiimperialista por el Socialismo marchando junto a inmigrantes humildes que en Bahía llaman “chilotes”, el viento y la lluvia arrancándole el cartelón de las manos frente a la nutrida custodia del diario La Nueva Provincia, exultante puertas adentro. Los buchones locales no tardaron en ficharlos. En junio de 1974 Silvia contrató los colectivos que transportaron a 300 bahienses al congreso del FAS en Rosario. En septiembre Raúl reconoció en la morgue el cadáver de Luis Jesús García, fusilado por los matones del diputado Rodolfo Ponce. Sin garantías y con Raúl incorporado al PRT, a fin de año se trasladaron a Mar del Plata. Silvia se proletarizó en una fábrica de conserva de pescado y Raúl intentó sostener la prensa del partido, pero las medidas de seguridad de la regional hacían agua. A partir de información transmitida desde Bahía Blanca por el comisario Juan Nelo Trujillo los represores marplatenses supieron dónde vivían. Se tomaron un mes para reconstruir la red de contactos. El 19 de junio de 1976 miembros del Grupo de Artillería de Defensa Antiaérea 601, en tres autos sin patente, los secuestraron junto a otras siete personas. Según la investigación del EAAF, es probable que hayan sido trasladados al Pozo de Banfield.
Emiliano se crió con sus abuelos maternos. Además de la tragedia personal padecieron el bloque militar-eclesiástico-civil de Bahía Blanca, que con escasas fisuras persevera en su indiferencia cómplice ante el genocidio. A partir del llamado de algún militar aburrido, Norberto esperó dos días en un andén de Constitución, con un pañuelo rojo en el bolsillo del saco, que alguien retirara el bolso con ropa para Silvia. Aurora marchó junto a las Madres, sufrió los apagones en plaza Rivadavia, los huevazos desde edificios navales y el rechazo del arzobispo Jorge Mayer, que el Día de la Madre no toleró los pañuelos blancos y las echó de la Catedral. Criaron a su nieto en medio de la peor hostilidad. Cuando lo supieron fuerte y emigró a La Plata, la tristeza se los devoró.
“Nadie pudo separarnos”, escribió Emiliano sobre sus padres. “Cuando la historia oficial los quiso demonizar, cuando la moral media de la sociedad los reducía a un grupo de jóvenes manipulados, muchos, casi como un mandato necio de los genes, seguimos diciendo que estamos orgullosos de ellos.” En la postdata pidió por favor llevar flores para la Tera.