viernes, 29 de septiembre de 2006

Justicia para dos enfermeras bahienses

Ecodías
PERPETUA PARA EL EX COMISARIO ETCHECOLATZ

Mientras en Bahía Blanca continúan impunes los crímenes cometidos al amparo del Estado Terrorista, en La Plata el ex comisario Miguel Etchecolatz fue condenado a reclusión perpetua por los homicidios agravados de las enfermeras bahienses Nora Formiga y Elena Arce Sahores.

Por Diego Martínez
Mientras las causas por los crímenes cometidos en jurisdicción del Cuerpo V de Ejército y la base naval Puerto Belgrano descansan sin sobresaltos en la justicia federal y en todo el país son casi 250 los militares y policías detenidos por delitos cometidos durante la última dictadura militar, el Tribunal Federal 1 de La Plata condenó a reclusión perpetua al ex comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz por “delitos de lesa humanidad” cometidos “en el marco del genocidio que tuvo lugar en la Argentina entre 1976 y 1983”. El ex director de investigaciones de la policía bonaerense fue condenado por dos privaciones ilegales de la libertad y torturas y seis homicidios agravados, entre ellos los de Nora Lidia Formiga y Elena Arce Sahores, jóvenes enfermeras de Bahía Blanca, docentes en la Cruz Roja platense y militantes de la Juventud Universitaria Peronista. Sus historias han sido reconstruidas por familiares y allegados desde el comienzo de la democracia hasta estos días, ya que también formaron parte del Juicio a las Juntas en 1985 y del Juicio por la Verdad de La Plata en 1999. La condena incluyó el caso de Diana Teruggi, asesinada durante un operativo que incluyó el secuestro de su beba Clara Anahí Mariani, aún no restituida, y el asesinato del bahiense Juan Carlos Peiris, miembro de la Juventud de Trabajadores Peronistas.


“Son mis amigas”
El 22 de noviembre de 1977 Elena Arce Sahores viajó de Buenos Aires a La Plata para dar clases de enfermería en la Cruz Roja. Eran las 17.30 cuando llegaba junto a su novio al departamento de su amiga Nora Formiga, en calle 54 al 1271. Metros antes vieron un tumulto, corridas, testigos paralizados. El muchacho sugirió alejarse pero Elena reconoció a las víctimas.

- ¿Por qué se llevan a mis amigas? -gritó.
- ¿Las conoce? -preguntó, fusil en mano, uno de los secuestradores.
- Son mis amigas.

Las secuestradas eran Nora, Teresa Calderoni, otra joven embarazada no identificada y, tras su presentación, Elena. La patota la integraban miembros del Regimiento 7 de Infantería y policías bonaerenses de civil. Les ataron las manos por la espalda, las encapucharon, las metieron en los baúles de un Dodge 1500 naranja y un Renault 12 azul y partieron con rumbo desconocido.

A los tres días volvieron a saquear el departamento. Abrieron con la llave de la secuestrada y cargaron los muebles en un camión del Ejército. Como el dueño vivía en el edificio levantaron un acta “para dejar expresa constancia de los elementos secuestrados en la finca”. Enumeraron unos pocos, que tampoco devolvieron. La firmaron el capitán Enrique Armando Cicciari y el sargento primero Juan Basilio Viscelli. En la faja de clausura se leía “R.I.7. Grupo Operacional 113”.

Calderoni fue liberada al mes. La tiraron al costado de un camino. “No puedo hablar porque me matan”, repitió durante años. En cautiverio vio a Nora y a Elena, muy torturadas, en el centro clandestino La Cacha, en la localidad de Olmos. Luego fueron trasladadas a la comisaría 8 de La Plata, donde compartieron calabozo durante ocho días. La noche del 20 de enero de 1978 les avisaron que serían liberadas y se las llevaron.

En la seccional policial alcanzaron a compartir datos sobre La Cacha, que luego permitieron reconstruir el “circuito Camps”, como se conoce a los centros clandestinos del sur del Gran Buenos Aires regenteados por el ex coronel Ramón Camps. El mes pasado, después de 29 años, familiares de Adriana Tasca –secuestrada durante su quinto mes de embarazo- le agradecieron a las hermanas Formiga el gesto de Nora y Elena. Las bahienses informaron al resto de los cautivos que Adriana estaba en La Cacha y su certeza de que no la matarían sin antes parir. El dato permitió no abandonar la búsqueda e identificar al nieto 82 recuperado por Abuelas de Plaza de Mayo.

“Los cuerpos no se entregan”

En febrero de 1978, en medio del calvario que para los familiares de desaparecidos implicó el silencio de militares y eclesiásticos, Alfredo Arce Garzón logró entrevistarse con el coronel Mario Horacio Torres, jefe del departamento operaciones del Cuerpo V. Según declaró el padre de Elena durante el Juicio a las Juntas, el militar tomó nota, prometió averiguar y días después le aconsejó “no piense más en ella y rece mucho”. Tres días después, cuando le reclamó el cuerpo de su hija para sepultarla, el coronel fue elocuente: “los cuerpos no se entregan”.

Siete años atrás, durante el Juicio por la Verdad, Torres dio su versión de aquellos diálogos. Recibió a Arce Garzón “con un copetín” pero “el señor, poco comunicativo, no tomó ni comió nada”. Después habló con “un compañero, el coronel Roberto Roualdés”, quien al día siguiente le respondió que “no existe ninguna lista donde esa persona figure como desaparecida (sic) o baja en combate”. Roualdés no era cualquier compañero: era jefe de la subzona Capital, dueño de la vida y la muerte en la mayor ciudad argentina. Al comunicarle la noticia Torres notó al padre de Elena “más angustiado” y le recomendó “una profunda fe en Dios, que rece mucho”.

Cuando los jueces le recordaron las palabras de Arce Garzón el coronel negó haber admitido la desaparición de Elena. “Jamás podría decirle a un padre de la muerte de su hija y menos hablar del cadáver”. Arce Garzón ya no estaba para responderle pero su hija Alejandra se encargó de recordar las verdaderas palabras del militar y agregó que durante el último diálogo “Torres le dijo que se olvidara de él porque si le preguntaban algo no lo iba a conocer”. Aún nadie denunció al coronel Torres por falso testimonio.

“No servía para matar”

En agosto de 1978 un nuevo dato reavivó esperanzas. En respuesta a un hábeas corpus la comisaría 8 informó que Elena, Nora y Margarita Delgado habían ingresado como detenidas e incomunicadas el 11 de enero y nueve días más tarde habían sido liberadas “a disposición del Área Operacional 113”.

- Pero no busque más a Elena, está en el cielo –le aconsejó al padre de la víctima un oficial de apellido Inchausti.

Tres años después el entonces capitán de fragata Jorge Retes admitió en presencia de Alejandra Arce que había visto a las enfermeras secuestradas en la Escuela de Mecánica de la Armada. “Las careamos en la ESMA para determinar su ingreso a Montoneros”, agregó. Según declaró la ex esposa de Retes en 1999 el marino contó que intentaron utilizarla “en la contraguerrilla” pero “como no servía para matar” los oficiales de la Armada “la usaban para mantener relaciones sexuales”. Retes se retiró como capitán de navío y vivió impune en Bahía Blanca hasta su muerte en septiembre de 2000.

No es el único dato sobre la participación de la Armada. Al recibirse de enfermera Calderoni consiguió trabajo en el Hospital Naval, donde un suboficial le confesó “yo te conozco, vos sos la Tana”. Casi se desmaya: así la llamaban en cautiverio. “Yo te quería mucho pero tus amigas están muertas, nosotros las matamos”, admitió el marino. Al día siguiente la mujer renunció.

En 1999 el Equipo Argentino de Antropología Forense exhumó tres cadáveres hallados el 21 de enero de 1978 en la intersección de las rutas 6 y 215, cerca de La Plata, y confirmó que se trataba de Nora, Elena y Margarita Delgado, las enfermeras “liberadas” el día anterior de la comisaría 8. Según el acta de defunción las tres “NN” (no name, sin nombre) habían fallecido por “destrucción de masa encefálica por proyectil de arma de fuego”. Esta semana Etchecolatz se convirtió en el primer asesino condenado por esos crímenes.

sábado, 9 de septiembre de 2006

"Que diga asesinados"

Ecodías
La masacre de calle Catriel

Por la tarde, cerca de 300 personas se acercaron al espacio verde destinado por ordenanza para recordar a Zulma Matzkin, Juan Carlos Castillo, Pablo Fornasari y Mario Tarchitzki, jóvenes asesinados por las fuerzas represoras del terrorismo de Estado el 4 de septiembre de 1976. Sus muertes fueron fraguadas bajo un “enfrentamiento” en Catriel 321, previo a los secuestros seguidos de torturas en el centro clandestino de detención local “La Escuelita” ubicado en territorio del V Cuerpo del Ejército. Justamente por esta causa está detenido Santiago “el Tío” Cruciani, represor e interrogador de La Escuelita, quien ya se negó a declarar en tres oportunidades.

Testimonios sentidos


Luego de leer las innumerables adhesiones y compartir la lectura de la poesía “Dónde están”, comenzaron los emotivos testimonios de familiares y amigos de las víctimas.

Alberto Oliver, amigo de Juan Carlos Castillo, habló “de su hombría, de su valentía, de su amor hacia los demás, su solidaridad y de todo eso que hacía de él un excelente hombre”. Juan Carlos Pisano fue compañero de militancia, y lo recordó “como esas personas que pasan por la vida de uno y dejan una marca muy grande, era una persona buena, con todo lo que significa la bondad”.

A Pablo Fornasari lo trajo al presente Nora Peralta, compañera de la carrera de veterinaria: “Era un excelente alumno, comprometido con la carrera que había abrazado con el objetivo de ponerla al servicio de los intereses populares el día que obtuviera su título (...) Era un ser muy comprometido con lo que hacía, desde estudiar hasta militar. Se destacaba por su gran compañerismo, su solidaridad, su gran sensibilidad hacia los más desprotegidos, los más humildes... era un líder natural”. Por su parte Enrique, hermano de Pablo, por primera vez participó activamente en un acto por la memoria y dijo que “todavía hay muchas cosas que solucionar, muchas heridas por cerrar”. Cerró el recuerdo por Pablo, Hernán Fuentes, compañero de militancia.

Sobre Zulma Matzkin, su sobrino Sandro exclamó que “a pesar de que no está debemos pretender aprender del ejemplo que dejó, a ser buenas personas, solidarias, a pelear por lo que creemos es justo, a dejar un mundo mejor al que encontramos (…) mi tía vive en mi memoria, pero además de memoria también tenemos la obligación de pedir justicia, de pretender la verdad, que es algo tan fuerte que es capaz de levantarse de una tumba para ir a darle en el rostro a los genocidas”.

Por último Fabián Lew leyó una emotiva carta escrita por Clarita, hermana de Mario Tarchitzki, quien hoy vive en Israel y junto a su familia no olvidan a “Manolo”.

El acto terminó con el descubrimiento del boceto de la escultura que homenajeará a los bahienses fusilados en Catriel 321 donde también son reprensados a partir del pasado lunes por cuatro árboles con sus nombres plantados por sus propios familiares.